El
lunes al mediodía me fui para Uquía.
Uquía
es un pueblo chiquito y pintoresco que está diez kilómetros al sur de
Humahuaca, pegado a la ruta 9. Se puede ir en colectivo desde Humahuaca: el
Vallisto o la Evelia tienen varias frecuencias durante el día, o si no, también
por quince pesos se puede tomar un remise. No hay terminal de micros ni remises
locales, dato que hay que tener en cuenta para movilizarse. Los micros se toman
en Humahuaca y los remises también hay que llamarlos con tiempo para que vengan
desde allí.
La
calma que reina en Uquía invita a quedarse a descansar un tiempo y a
desenchufarse de la locura de la ciudad, en un pequeño paraíso donde apenas
llega la señal del celular y no hay internet.
Me
alojé en el Hostal de Uquía, que era uno de los pocos alojamientos allí
disponibles, si no el único. Atendido cálidamente por sus dueños, Silvia y Raúl
Briones, en el Hostal uno se siente como en casa. Los días en los que estuve,
el lugar estaba en reparaciones y muy pocas habitaciones estaban disponibles.
Me alojé en un cuarto triple, gigante, para mí sola. Era la única huésped del
hotel y, si no me equivoco, la única turista en el pueblo durante esos
días.
De
Uquía me fascinó la iglesia. Junto con la de Yavi, es de las más bellas de la
Quebrada, superando ampliamente a las de Tilcara y Humahuaca. Data del siglo
XVII y su altar está laminado en oro. En las gruesas paredes de adobe cuelgan
los nueve enormes cuadros de los ángeles arcabuceros de la escuela del Cuzco,
magníficamente conservados y restaurados, que vigilan a fieles y visitantes con
ánimo amenazante.
Uquía |
Para los que les gusten los objetos de cerámica, en Uquía se consiguen trabajos de gran calidad por muy buenos precios. Las artesanías también se pueden comprar a mejores precios que en otros lugares de la Quebrada.
Los paseos
por las vacías calles del pueblo fueron casi mi actividad principal durante ese
par de días. Aproveché una tarde de lluvia intensa para descansar mi cuerpo y
mi espíritu; el efecto se hizo notar enseguida.
Extraño
todavía los desayunos con dulce de papaya y torta de manzanas, la deliciosa
comida casera que me preparaba la dueña del Hostal y las charlas a la hora de
la cena con don Raúl, cuando me contaba historias del lugar con las cuales
aprendí tanto.
Me
costó dejar Uquía. Quizás algún día me vuelva a dar una vuelta por allí...
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