17 diciembre 2013

Crónica de un viaje al NOA 6/10: Humahuaca


El viaje a Humahuaca fue largo. A las siete de la mañana tomé el micro de Balut en la terminal de Salta y viajé cómodamente hasta San Salvador de Jujuy. Pero una vez allí, quedó detenido en un taller durante casi una hora sin que supiéramos qué estaba pasando. En algún momento volvió a la ruta y, luego de algunas paradas intermedias, llegué a Humahuaca. Desde la terminal tomé un taxi hasta el hotel que había reservado: El Portillo. Como la reserva la había hecho por internet, no sabía con qué me iba a encontrar exactamente, pero, como hasta entonces no me había ido mal con ese método, confiaba en la buena fe de los anunciantes. 

Hice muy mal. Porque cuando vi el cuarto donde me alojaría, me dieron ganas de salir corriendo. Era realmente horrible: oscuro, sucio, maloliente, había mucho ruido... Creo que lo que más me enojó fue que era exactamente todo lo opuesto que uno pudiera imaginar al sommier con sábanas blancas, las paredes inmaculadas y la decoración estilo campo que se veía en la foto de la web. Decidí buscar un lugar mejor, que al menos tuviera luz en el baño y sábanas limpias, así que salí a dar una vuelta a ver qué encontraba. Lo barato me salió caro esta vez, porque no me devolvieron la seña. Y costó un poco encontrar otro lugar, porque en general los alojamientos baratos están bastante descuidados y sucios. Yo quería un cuarto limpio y sencillo, pero parecía que no era fácil encontrar algo así... Entré en un par de lugares que recordaba haber visto en internet, pero que en la "vida real" eran muy distintos de lo que aparecía en las fotos. Por fin, terminé alojándome en la hostería El Solar de la Quebrada que es de lo mejor que hay en el pueblo. El lugar es cálido, super limpio, cómodo y está encantadoramente atendido por Paula, Noemí y Susana, la dueña de la hostería. Allí me quedé durante las dos noches que estuve en Humahuaca. 

La de Humahuaca es una sociedad donde es necesario observar y dejarse observar para empezar a descubrir la complejidad de su entramado a medida que transcurre mansamente el tiempo. 

Un poco forzada por el hecho de haber encontrado todos los museos cerrados y los principales atractivos turísticos poco atrayentes, ya que exigían largas caminatas en terrenos montañosos, me encontré dando vueltas por calles laterales, yendo al mercado, a la iglesia, al banco, escuchando conversaciones que desnudaban realidades sociales dramáticas, hablando con gente del lugar y fui enterándome de un montón de cosas y sintiendo el clima hostil con que los visitantes son vistos, más allá del modo seco pero amable con que la gente te trata cuando te dirigís a ellos, pero que te hacen sentir como un intruso en esa sociedad. Hablaba de estas sensaciones con unos chicos que conocí unos días después y ellos también habían percibido lo mismo. Algo que no se puede terminar de describir, pero que te hace sentir que no uno no pertenece a ese lugar. Me animo a pensar que quizás sea lo mismo que deben de sentir ellos cuando vienen a Buenos Aires y son los "distintos". Ahí nos toca sentirlo a nosotros.  

Una recorrida por la feria el lunes a la mañana donde se comercian los productos entre la gente de la zona, el banco atestado de público donde se cobran las pensiones y los planes sociales, la iglesia el domingo en la misa de siete, me enseñaron más sobre Humahuaca y sobre la realidad del interior de la Argentina que cualquier museo o folleto turístico que se pueda visitar, leer o bajar de internet. Los ojos del chico que fue a golpear la puerta del hotel para pedir trabajo, expresaban más profundamente la desesperanza de esa situación que cualquier tratado sobre la pobreza en el Tercer Mundo que se haya podido escribir. Pero quizás lo que más nos llama la atención a los que vivimos en ciudades grandes, es el hecho de que, a pesar de que muchas veces la gente no tiene para comer, ahí nadie roba nada. No hace falta cerrar la puerta con llave, llevar el bolso aferrado o mirar para todos lados a la salida del cajero automático. Esos son más bien rasgos de paranoia urbana, que quedan totalmente fuera de lugar en medio de la paz quebradeña. En Humahuaca la pobreza no es sinónimo de delincuencia. Es más bien sinónimo del imperdonable olvido.


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