El
viaje a Humahuaca fue largo. A las siete de la mañana tomé el micro de Balut en
la terminal de Salta y viajé cómodamente hasta San Salvador de Jujuy. Pero una
vez allí, quedó detenido en un taller durante casi una hora sin que supiéramos
qué estaba pasando. En algún momento volvió a la ruta y, luego de algunas
paradas intermedias, llegué a Humahuaca. Desde la terminal tomé un taxi
hasta el hotel que había reservado: El Portillo. Como la reserva la había hecho
por internet, no sabía con qué me iba a encontrar exactamente, pero, como hasta
entonces no me había ido mal con ese método, confiaba en la buena fe de los
anunciantes.
Hice
muy mal. Porque cuando vi el cuarto donde me alojaría, me dieron ganas de salir
corriendo. Era realmente horrible: oscuro, sucio, maloliente, había mucho
ruido... Creo que lo que más me enojó fue que era exactamente todo lo opuesto
que uno pudiera imaginar al sommier con sábanas blancas, las paredes
inmaculadas y la decoración estilo campo que se veía en la foto de la web.
Decidí buscar un lugar mejor, que al menos tuviera luz en el baño y sábanas limpias,
así que salí a dar una vuelta a ver qué encontraba. Lo barato me salió caro
esta vez, porque no me devolvieron la seña. Y costó un poco encontrar otro
lugar, porque en general los alojamientos baratos están bastante descuidados y
sucios. Yo quería un cuarto limpio y sencillo, pero parecía que no era fácil
encontrar algo así... Entré en un par de lugares que recordaba haber visto en
internet, pero que en la "vida real" eran muy distintos de lo que
aparecía en las fotos. Por fin, terminé alojándome en la hostería El Solar de la Quebrada que es de lo
mejor que hay en el pueblo. El lugar es cálido, super limpio, cómodo y está
encantadoramente atendido por Paula, Noemí y Susana, la dueña de la hostería.
Allí me quedé durante las dos noches que estuve en Humahuaca.
La de
Humahuaca es una sociedad donde es necesario observar y dejarse observar para
empezar a descubrir la complejidad de su entramado a medida que transcurre
mansamente el tiempo.
Un poco
forzada por el hecho de haber encontrado todos los museos cerrados y los
principales atractivos turísticos poco atrayentes, ya que exigían largas
caminatas en terrenos montañosos, me encontré dando vueltas por calles
laterales, yendo al mercado, a la iglesia, al banco, escuchando conversaciones
que desnudaban realidades sociales dramáticas, hablando con gente del lugar y
fui enterándome de un montón de cosas y sintiendo el clima hostil con que los
visitantes son vistos, más allá del modo seco pero amable con que la gente te
trata cuando te dirigís a ellos, pero que te hacen sentir como un intruso en
esa sociedad. Hablaba de estas sensaciones con unos chicos que conocí unos días
después y ellos también habían percibido lo mismo. Algo que no se puede
terminar de describir, pero que te hace sentir que no uno no pertenece a ese
lugar. Me animo a pensar que quizás sea lo mismo que deben de sentir ellos
cuando vienen a Buenos Aires y son los "distintos". Ahí nos toca
sentirlo a nosotros.
Una
recorrida por la feria el lunes a la mañana donde se comercian los productos
entre la gente de la zona, el banco atestado de público donde se cobran las
pensiones y los planes sociales, la iglesia el domingo en la misa de siete, me
enseñaron más sobre Humahuaca y sobre la realidad del interior de la Argentina
que cualquier museo o folleto turístico que se pueda visitar, leer o bajar de
internet. Los ojos del chico que fue a golpear la puerta del hotel para pedir
trabajo, expresaban más profundamente la desesperanza de esa situación que
cualquier tratado sobre la pobreza en el Tercer Mundo que se haya podido
escribir. Pero quizás lo que más nos llama la atención a los que vivimos en
ciudades grandes, es el hecho de que, a pesar de que muchas veces la gente no
tiene para comer, ahí nadie roba nada. No hace falta cerrar la puerta con
llave, llevar el bolso aferrado o mirar para todos lados a la salida del cajero
automático. Esos son más bien rasgos de paranoia urbana, que quedan totalmente
fuera de lugar en medio de la paz quebradeña. En Humahuaca la pobreza no es
sinónimo de delincuencia. Es más bien sinónimo del imperdonable olvido.
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