El
domingo a la mañana me levanté temprano y fui a la terminal de ómnibus de
Humahuaca para tomar el colectivo a Iruya. Era un día fresco, pero de sol
radiante y la ausencia de lluvias en la zona durante más de una semana auguraba
que tendríamos un viaje luminoso.
En la
terminal tomé un colectivo de "El
Panamericano”. Al comprar el boleto me
aseguraron que iban a llegar hasta el pueblo sin problemas. Debido a las
lluvias de las semanas anteriores que originaron la crecida de los ríos de
montaña, los caminos habían estado cortados y eso había hecho imposible el
tránsito normal hacia ese destino durante varios días.
Afortunadamente,
ese domingo no tuvimos inconvenientes y a las 9.00 de la mañana el colectivo
partió con rumbo a Iruya, lleno de mochileros, turistas gasoleros y apenas un
par de lugareños. Esos colectivos destartalados que van y vienen varias veces
al día conectando a Iruya y a otros parajes y pueblitos intermedios con
Humahuaca, son el mejor medio para recorrer ese camino. Los conductores tienen
gran experiencia cubriendo esa ruta, lo cual es importantísimo dada la
complejidad que posee.
La
primera parada que hicimos fue en Iturbe, un pueblo pequeño construido
alrededor de una antigua estación de tren abandonada. Casi todas las
construcciones que había alrededor estaban también vacías y abandonadas. Daba
la sensación de haber llegado a un lugar que se había detenido en el tiempo. En
la vieja estación hay unos puestos donde unos artesanos venden sus productos, y
una especie de kiosco donde se puede comprar provisiones para seguir el viaje.
Luego de sacar unas cuantas fotos, subimos de vuelta al micro y el viaje
continuó.
A partir de entonces, el camino comenzó a mostrarse cada vez más
intrincado y de una belleza sobrecogedora, imposible de describir. Cruzamos
ríos de piedras y barro que hacían tambalear al micro, subimos por caminos de
tierra, montaña arriba, bordeando precipicios, doblando por curvas cerradísimas
frente a enormes paredes de piedra. Pasamos el límite interprovincial para
ingresar a Salta, subimos hasta los 4.000 metros para luego descender
lentamente en zigzag por la falta de una montaña y emprender el tramo final,
cruzar el último río y empezar a divisar, allá a lo lejos, la pequeña cúpula
celeste brillante de la iglesia de Iruya. Los micros llegan hasta unos 300
metros antes del comienzo del pueblo. Se estacionan en una curva de la montaña
para, un rato más tarde, emprender el camino de vuelta a Humahuaca, si el clima
así lo permite.
Iglesia de Iruya |
Luego
de almorzar en la Hostería Federico III unas empanadas que prefiero olvidar, di
unas cuantas vueltas por las calles, charlé un poco con otros viajeros y gente
del lugar y volví a Humahuaca en el micro que salía a las dos de la tarde. La
vuelta fue igualmente bella e impresionante. Creo sinceramente que el camino es
lo más fascinante de esta excursión. El que quiera ir a Iruya, que se tome un
colectivo y viva la experiencia de recorrer esa ruta, más allá de lo que se va
a ver en el destino final.
Estuve
de vuelta en Humahuaca a las cinco de la tarde, deslumbrada por haber
descubierto esos sensacionales paisajes.
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