18 diciembre 2013

Crónica de un viaje al NOA 7/10: Iruya


El domingo a la mañana me levanté temprano y fui a la terminal de ómnibus de Humahuaca para tomar el colectivo a Iruya. Era un día fresco, pero de sol radiante y la ausencia de lluvias en la zona durante más de una semana auguraba que tendríamos un viaje luminoso.

En la terminal tomé  un colectivo de "El Panamericano”. Al comprar el boleto  me aseguraron que iban a llegar hasta el pueblo sin problemas. Debido a las lluvias de las semanas anteriores que originaron la crecida de los ríos de montaña, los caminos habían estado cortados y eso había hecho imposible el tránsito normal hacia ese destino durante varios días.

Afortunadamente, ese domingo no tuvimos inconvenientes y a las 9.00 de la mañana el colectivo partió con rumbo a Iruya, lleno de mochileros, turistas gasoleros y apenas un par de lugareños. Esos colectivos destartalados que van y vienen varias veces al día conectando a Iruya y a otros parajes y pueblitos intermedios con Humahuaca, son el mejor medio para recorrer ese camino. Los conductores tienen gran experiencia cubriendo esa ruta, lo cual es importantísimo dada la complejidad que posee.

La primera parada que hicimos fue en Iturbe, un pueblo pequeño construido alrededor de una antigua estación de tren abandonada. Casi todas las construcciones que había alrededor estaban también vacías y abandonadas. Daba la sensación de haber llegado a un lugar que se había detenido en el tiempo. En la vieja estación hay unos puestos donde unos artesanos venden sus productos, y una especie de kiosco donde se puede comprar provisiones para seguir el viaje. Luego de sacar unas cuantas fotos, subimos de vuelta al micro y el viaje continuó. 

A partir de entonces, el camino comenzó a mostrarse cada vez más intrincado y de una belleza sobrecogedora, imposible de describir. Cruzamos ríos de piedras y barro que hacían tambalear al micro, subimos por caminos de tierra, montaña arriba, bordeando precipicios, doblando por curvas cerradísimas frente a enormes paredes de piedra. Pasamos el límite interprovincial para ingresar a Salta, subimos hasta los 4.000 metros para luego descender lentamente en zigzag por la falta de una montaña y emprender el tramo final, cruzar el último río y empezar a divisar, allá a lo lejos, la pequeña cúpula celeste brillante de la iglesia de Iruya. Los micros llegan hasta unos 300 metros antes del comienzo del pueblo. Se estacionan en una curva de la montaña para, un rato más tarde, emprender el camino de vuelta a Humahuaca, si el clima así lo permite.


Foto
Iglesia de Iruya
Después de dos horas y media de viaje, la iglesia de Iruya en un recodo del camino, parece un regalo de Dios al viajero. Que Iruya es un pueblo colgado de una montaña, no es una metáfora de los folletos de las agencias de viajes. Es una descripción exacta de la realidad. El pueblo es diminuto y a la hora que llegué, casi todos sus habitantes estaban en misa de 11, colmando la iglesia. Me quedé un ratito entre ellos, tratando de captar todas las imágenes en mi retina, para armar lentamente un panorama de cómo transcurre la vida allí. Luego salí a recorrer las empinadas callecitas. En menos de media hora había recorrido Iruya. Como mi espíritu de aventura seguía sin aparecer, no quise cruzar el río para ir a La Banda, que es la otra parte del pueblo en la montaña de enfrente. Tampoco subí al Mirador. Si no se puede o, como en mi caso, se es demasiado vago para hacer trekking a San Isidro, subir por la montaña o cruzar el río, son muy pocas las actividades que se pueden hacer en Iruya, más allá de contemplar el paisaje. Por eso me decepcionó un poco ver que hay tantos cables y antenas cruzando de un lado a otro de las montañas. Obstruyen el paisaje de una forma grosera y opacan el encanto del pueblito de montaña detenido en el tiempo.

Luego de almorzar en la Hostería Federico III unas empanadas que prefiero olvidar, di unas cuantas vueltas por las calles, charlé un poco con otros viajeros y gente del lugar y volví a Humahuaca en el micro que salía a las dos de la tarde. La vuelta fue igualmente bella e impresionante. Creo sinceramente que el camino es lo más fascinante de esta excursión. El que quiera ir a Iruya, que se tome un colectivo y viva la experiencia de recorrer esa ruta, más allá de lo que se va a ver en el destino final.

Estuve de vuelta en Humahuaca a las cinco de la tarde, deslumbrada por haber descubierto esos sensacionales paisajes.


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