02 febrero 2014

Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 2/11: Ushuaia y el Beagle

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Un martes de principios de marzo de 2011, cerca de las doce del mediodía, llegué a Ushuaia. Solamente al ver desde el avión la silueta de la isla y luego, al divisar la ciudad, no podía creer la belleza del paisaje. Pasé todo el día en ese estado de encantamiento y asombro permanente al sentir que estaba inmersa en una postal que desde chica había visto a la distancia y tanto me había maravillado. El taxista que me llevó hasta el hotel, un mendocino que hacía veinte años se había mudado a Ushuaia, me contó un poquito sobre algunos lugares que pasamos: el barrio militar cerca del aeropuerto con algunas de las casitas más viejas de la zona y que se conservan tal como eran cuando las construyeron. 


Vista de la ciudad

El alojamiento que reservé por mail era la Hostería Chalp, ubicada un poco alejada del centro, pero igualmente era accesible a pie. La elegí porque las tarifas eran bastante más bajas que en los hoteles del centro y, sobre todo, porque no estaba dispuesta a compartir el baño, lo que me hubiera abaratado considerablemente los costos de alojamiento. La hostería estaba bien, pero no tanto como lo anunciaban. De hecho, no la recomendaría ni volvería a alojarme allí. Había ciertos detalles de limpieza que pasaban por alto, se veía basura acumulada en el patio trasero, el baño perdía y la ducha era increíblemente pequeña lo que me obligaba a hacer piruetas para bañarme. Igual, me atendieron muy amablemente y me dejaron comer en el cuarto (me ofrecieron vajilla en el caso de que la necesitara). Esto fue buenísimo para ahorrarme unos cuantos pesos a la hora de la comida. La hija de la dueña se encargó de contratarme las excursiones, lo cual estuvo muy bueno porque también ahorré el tiempo de salir a recorrer agencias y comparar precios y recorridos.

Catamaranes en el muelle de Ushuaia
Cuando llegué, lo primero que hice, aprovechando el buen tiempo, fue contratar la excursión por el Canal de Beagle con minitrekking en las Islas Bridges. La salida de los  barcos depende del clima, así que frecuentemente los tours se suspenden y reprograman para cuando las condiciones lo permitan, por lo que conviene hacerla ni bien se llega, sobre todo si uno no se va a quedar muchos días.  Era la una cuando arreglé para tomar la excursión y a las tres tenía que estar en el puerto, así que salí caminando para encontrar un lugar para almorzar. Comí un sándwich muy rico en “Banana” un bar en la calle San Martín, con precios razonables y muy buena atención. Desde allí caminé dos o tres cuadras hasta el muelle turístico donde estaba el stand de Canoero, la agencia que había contratado para recorrer el Canal.  Después de los trámites previos al embarque, el catamarán “Elisabetta” partió puntualmente. Los pasajeros eran en su amplia mayoría turistas extranjeros: brasileños, italianos, mexicanos, franceses, ingleses, japoneses… y muy pocos argentinos, así que la guía se dedicó a los extranjeros y no prestó demasiada atención a los locales.

El catamarán durante la parada en la Isla Reynolds

El relato fue casi predominantemente en inglés, pero ni eso, ni los niños gritando ni los brasileros que no escuchaban a nadie, lograron opacar un paseo tan hermoso. Con una magnífica vista de la ciudad y del cordón montañoso que la rodea, fuimos dejando la bahía de Ushuaia para llegar al Canal de Beagle a través del Paso Chico. Lentamente dimos una vuelta alrededor de la Isla de los Pájaros habitada por cormoranes, skúas, cauquenes, albatros y otros ejemplares típicos de la zona. Pasamos luego por la Isla de los Lobos, habitada casi exclusivamente por lobos marinos de uno y dos pelos a los que se les suma una colonia de cormoranes. Un rato después llegamos a Puerto Karelo en el archipiélago Bridges donde descendimos en la Isla Reynolds para una breve caminata, un poco exageradamente anunciada como “trekking” en el folleto de la agencia. La superficie de la isla es rocosa, salpicada por una vegetación rala y chata. Allí apreciamos los concheros yámanas que quedaron como rastros de la presencia de antiguos pobladores originarios. En cierto momento la guía nos señaló que estábamos parados en el medio del Canal del Beagle: a la izquierda, el Pacífico y a la derecha, el Atlántico. Luego seguimos navegando hacia el Faro Les Eclarieurs” (Los Iluminados) que resulta conmovedor con su solitaria presencia en medio de esas aguas salvajes. Este es el faro que suele ser confundido con el del Fin del Mundo, pero los guías se encargan de aclarar en repetidas oportunidades que el del Fin del Mundo es el que está en la Isla de los Estados y no es este. A las seis estuvimos de vuelta en el puerto de Ushuaia. 


El faro Les Eclarieurs

El resto de la tarde lo aproveché para caminar por San Martín, la calle principal del centro de la ciudad. Me habían contado que había dos free shops donde se podían conseguir artículos electrónicos y perfumes. Pero tenían muy poca mercadería así que me fui sin llevar nada. Incluso llegué a ver artículos al mismo precio que los vendían en Buenos Aires.

Las artesanías que encontré en los negocios de San Martín son las mismas que se le pueden comprar a cualquier “artesano” a lo largo de todo el país. En este caso están recicladas con el rótulo de “Ushuaia”, pero también podrían decir “La Quiaca”, “San Luis” o “Buenos Aires”. Dicho sea de paso, también pueden encontrarse estampas tangueras o “Recuerdos de Bariloche” en cualquier “gift shop” de la ciudad. Los precios son altísimos hasta para los turistas europeos. Más tarde compré provisiones para la cena y volví al hotel para descansar ya que el siguiente también sería un día intenso. 


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