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Me
levanté temprano para estar lista a tiempo. El Parque Nacional de Tierra del
Fuego era la excursión que tenía programada para ese día.
A las
nueve menos veinte llegó puntual la combi para empezar la excursión. La agencia
que contraté era Ryan’s Travel y Leo era el guía a cargo. Enseguida partimos rumbo al Parque Nacional de
Tierra del Fuego. Mis compañeros de viaje eran cinco brasileros muy simpáticos.
Charlando entre todos, fuimos haciendo el camino de doce kilómetros que separa
a la ciudad del Parque.
El
Parque Nacional Tierra del Fuego fue creado en 1960. Está ubicado al sudoeste
de la provincia junto al límite internacional con Chile. Abarca 63.000
hectáreas del extremo austral de la Cordillera de los Andes, en una franja que
va desde la Sierra de Beauvoir, al norte del Lago Fagnano, hasta la costa del
Canal de Beagle en el Sur. Al ingresar al Parque, se debe abonar una entrada
cuyo valor difiere para los turistas nacionales y los extranjeros.
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Bahía Ensenada |
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La estafeta postal del Fin del Mundo |
Lo
primero que hicimos cuando llegamos, fue llevar a mis compañeros de viaje a la
estación del Tren del Fin del Mundo, donde ya estaba echando humo la locomotora
lista para partir. Yo decidí no tomarlo, en parte por su elevada tarifa y
principalmente, porque estaba advertida de que el recorrido no pasa por los
lugares más interesantes que se pueden ver en el Parque, lo cual después pude
comprobar que era cierto. Así que mientras mis compañeros se preparaban, me
quedé sacando fotos por la Estación y luego fui con Leo a conocer otros
sectores del Parque que me parecieron muy bellos. Así llegamos a Bahía Ensenada
donde bajé hasta el muelle en el que está la estafeta postal del Fin del Mundo,
una pequeña casilla de madera donde funciona una emblemática sucursal del
Correo Argentino. Frente a la costa, se divisa a pocos metros la Isla Redonda y
más allá el Canal de Beagle. Bajo una imprevista y suave lluvia, caminé durante
un rato por los senderos del bosque, marcados con escalones y vallas de madera
para facilitar el recorrido entre la espesa arboleda, hasta que se hizo la hora
de volver a buscar a los brasileños que hicieron el paseo en el Tren.
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Lago Roca |
En el
camino de ida hasta la estación pude ver una parte del bosque talado hace
décadas o quizás ya un siglo, por los presos de la cárcel de Ushuaia. El frío
detiene el proceso de putrefacción de la madera lo que pareciera congelar el
paso del tiempo y permitirnos tener una idea bastante cercana de lo que pudo haber
sido el panorama en aquella época. El
paseo siguió rumbo al bellísimo Lago Roca, cuyo color varía según el estado del
tiempo y desde donde se divisa el límite con Chile. Caminamos por la orilla del
Lago rumbo al Centro de Visitantes. Allí hay un centro de interpretación de la
flora autóctona y una recreación del entorno y el sistema de vida de los
yámanas, habitantes originales de la zona que actualmente ocupa el Parque. En
varios sectores de las costas del Canal de Beagle y del Lago Roca aún existen
antiguos yacimientos arqueológicos en forma de montículos circulares conocidos
como “concheros yámanas”. Los yámanas instalaban sus campamentos en las costas
aprovechando los recursos marinos. Se desplazaban en canoas construidas con
varillas y planchas de corteza de lenga y se dedicaban a la caza de lobos
marinos y a la recolección de moluscos, principalmente mejillones y cholgas.
Los desechos acumulados a causa de ese consumo son los que conforman el
interior de los concheros. Mientras algunos tomaban un refrigerio en la
cafetería del Centro, aproveché para recorrer los alrededores y sacar fotos a
los cisnes de cuello negro que estaban en el lago y a los conejos marrones que
corrían tratando de esconderse en el pasto. Desde allí volvimos a la camioneta
para salir rumbo a Bahía Lapataia, el extremo sur del continente, allí donde
termina la Ruta Nacional 3.
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Bahía Lapataia |
Como creo hacen todos los turistas que pasan por
ese confín del mundo, me saqué la foto frente al cartel que anuncia los 3079
kilómetros que me separan de mi casa en Buenos Aires y que voy a guardar junto
con la que me saqué en el paso fronterizo entre La Quiaca y Villazón cuatro
años atrás. A partir de ese punto, todo lo que había que hacer era desandar el
camino. Pasamos por turbales y castoreras, donde vimos el daño que esos
animales causan en el medio ambiente de la Isla. Los castores fueron llevados a
Tierra del Fuego desde Canadá. Al no ser este su hábitat original, no tienen
predadores naturales y se han convertido en una plaga incontrolable. Quienes
recorren los bosques habitualmente, coinciden en comentar sobre la necesidad de
organizar y fomentar la caza de los castores para detener el daño que generan y
que se agrava año a año debido a la reproducción descontrolada. Pasando por
bosques de ñires y lengas doradas que anunciaban la llegada del otoño, de a poco
fuimos volviendo a Ushuaia, adonde llegamos a las dos y media de la tarde. Me
despedí de Leo y los brasileños, sin saber que nos volveríamos a encontrar más
adelante.
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Castorera |
Me
quedé en el centro, otra vez por la calle San Martín. Comí pizza en
Moustacchio, un restaurante muy recomendable por el precio y la amable
atención. Mientras almorzaba, el clima cambió totalmente. Luego de una mañana
soleada que llegó a asombrar a los lugareños por su calidez, la tarde empezó
nublada, lluviosa y fría. Por suerte, el chaparrón del mediodía duró menos de
lo que auguraban, así que después de comer, caminé las pocas cuadras que
separaban al restaurante del Museo Marítimo y Presidio, también conocido como
“la cárcel del Fin del Mundo”.
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Museo Marítimo y Presidio |
La
cárcel de Ushuaia comenzó a existir en 1883 con un proyecto que el entonces
presidente Roca presentó al Senado; en 1902 se empezó a construir y el 21 de
marzo de 1947 fue clausurada definitivamente mediante un decreto del presidente
Perón. Por el presidio pasaron algunos de los convictos más célebres de su
tiempo, entre ellos Cayetano Santos Godino “El Petiso Orejudo” quien entre 1904
y 1912 aterrorizó a Buenos Aires con una serie de asesinatos de niños. Otro
famoso convicto fue el militante obrero anarquista Simón Radowiztky, acusado
por el crimen del comisario Ramón Falcón en 1909, único condenado que logró
fugarse por algún tiempo. También estuvo allí alojado Mateo Banks, alias “El
Místico” quien en abril de 1922 mató a seis integrantes de su familia y a dos
peones en la localidad de Azul. A los hermanos José y Marcos Leonelli, asesinos
seriales mendocinos, se sumaron los confinados políticos de la década del ’30
como el periodista y escritor Ricardo Rojas, entre otros. Llegué a tiempo para recorrerlo tranquila y
esperar la visita guiada de las 16.30. El Museo del Presidio guarda elementos
que fueron utilizados por presidiarios y carceleros, entre ellos, los uniformes
originales y objetos confeccionados en los talleres por los penados, tales como
cigarreras, costureros, portaplumas y bastones.
Al Museo hay que ir con tiempo, porque hay mucho para ver. En realidad
se podría definir como un “complejo cultural”. En el edificio de la antigua
prisión, además del Museo del Presidio, funcionan actualmente el Museo
Antártico, el Museo Marítimo, una galería de arte para exposiciones temporales,
un bar, un “gift shop”, un salón de usos múltiples que usaban los reclusos en
determinadas ocasiones, y un Museo de Arte Marítimo donde se exponen obras de
artistas de primer nivel en las antiguas celdas recicladas.
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Interior del Presidio |
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Área original del Presidio |
El
sector que más me impresionó fue el área que se conserva tal como era el
presidio originalmente. En algún momento de mi caminata por los pasillos me di
cuenta de que me había quedado sola en ese lugar, lo cual fue una experiencia
escalofriante.
Después
de recorrer el Museo por poco más de dos horas, volví al centro. Aproveché un
folleto de promoción que me habían dado cuando hice el paseo en catamarán por
el Beagle y fui a tomar un chocolate de cortesía en “Chocolates del Turista”.
Lo acompañé con una deliciosa porción de cheese cake de frutillas y de paso
compré chocolates para regalar a mi familia. Volví al hotel temprano para poder
descansar después de un día de tanta caminata.
Para el día siguiente tenía contratada otra excursión con Leo: esta vez
íbamos a los lagos Fagnano y Escondido.
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