03 febrero 2014

Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 3/11: El Parque Nacional de Tierra del Fuego

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Me levanté temprano para estar lista a tiempo. El Parque Nacional de Tierra del Fuego era la excursión que tenía programada para ese día.

A las nueve menos veinte llegó puntual la combi para empezar la excursión. La agencia que contraté era Ryan’s Travel y Leo era el guía a cargo. Enseguida partimos rumbo al Parque Nacional de Tierra del Fuego. Mis compañeros de viaje eran cinco brasileros muy simpáticos. Charlando entre todos, fuimos haciendo el camino de doce kilómetros que separa a la ciudad del Parque. 

El Parque Nacional Tierra del Fuego fue creado en 1960. Está ubicado al sudoeste de la provincia junto al límite internacional con Chile. Abarca 63.000 hectáreas del extremo austral de la Cordillera de los Andes, en una franja que va desde la Sierra de Beauvoir, al norte del Lago Fagnano, hasta la costa del Canal de Beagle en el Sur. Al ingresar al Parque, se debe abonar una entrada cuyo valor difiere para los turistas nacionales y los extranjeros.


Bahía Ensenada

La estafeta postal del Fin del Mundo
Lo primero que hicimos cuando llegamos, fue llevar a mis compañeros de viaje a la estación del Tren del Fin del Mundo, donde ya estaba echando humo la locomotora lista para partir. Yo decidí no tomarlo, en parte por su elevada tarifa y principalmente, porque estaba advertida de que el recorrido no pasa por los lugares más interesantes que se pueden ver en el Parque, lo cual después pude comprobar que era cierto. Así que mientras mis compañeros se preparaban, me quedé sacando fotos por la Estación y luego fui con Leo a conocer otros sectores del Parque que me parecieron muy bellos. Así llegamos a Bahía Ensenada donde bajé hasta el muelle en el que está la estafeta postal del Fin del Mundo, una pequeña casilla de madera donde funciona una emblemática sucursal del Correo Argentino. Frente a la costa, se divisa a pocos metros la Isla Redonda y más allá el Canal de Beagle. Bajo una imprevista y suave lluvia, caminé durante un rato por los senderos del bosque, marcados con escalones y vallas de madera para facilitar el recorrido entre la espesa arboleda, hasta que se hizo la hora de volver a buscar a los brasileños que hicieron el paseo en el Tren.

Lago Roca
En el camino de ida hasta la estación pude ver una parte del bosque talado hace décadas o quizás ya un siglo, por los presos de la cárcel de Ushuaia. El frío detiene el proceso de putrefacción de la madera lo que pareciera congelar el paso del tiempo y permitirnos tener una idea bastante cercana de lo que pudo haber sido el panorama en aquella época.  El paseo siguió rumbo al bellísimo Lago Roca, cuyo color varía según el estado del tiempo y desde donde se divisa el límite con Chile. Caminamos por la orilla del Lago rumbo al Centro de Visitantes. Allí hay un centro de interpretación de la flora autóctona y una recreación del entorno y el sistema de vida de los yámanas, habitantes originales de la zona que actualmente ocupa el Parque. En varios sectores de las costas del Canal de Beagle y del Lago Roca aún existen antiguos yacimientos arqueológicos en forma de montículos circulares conocidos como “concheros yámanas”. Los yámanas instalaban sus campamentos en las costas aprovechando los recursos marinos. Se desplazaban en canoas construidas con varillas y planchas de corteza de lenga y se dedicaban a la caza de lobos marinos y a la recolección de moluscos, principalmente mejillones y cholgas. Los desechos acumulados a causa de ese consumo son los que conforman el interior de los concheros. Mientras algunos tomaban un refrigerio en la cafetería del Centro, aproveché para recorrer los alrededores y sacar fotos a los cisnes de cuello negro que estaban en el lago y a los conejos marrones que corrían tratando de esconderse en el pasto. Desde allí volvimos a la camioneta para salir rumbo a Bahía Lapataia, el extremo sur del continente, allí donde termina la Ruta Nacional 3.


Bahía Lapataia
Como  creo hacen todos los turistas que pasan por ese confín del mundo, me saqué la foto frente al cartel que anuncia los 3079 kilómetros que me separan de mi casa en Buenos Aires y que voy a guardar junto con la que me saqué en el paso fronterizo entre La Quiaca y Villazón cuatro años atrás. A partir de ese punto, todo lo que había que hacer era desandar el camino. Pasamos por turbales y castoreras, donde vimos el daño que esos animales causan en el medio ambiente de la Isla. Los castores fueron llevados a Tierra del Fuego desde Canadá. Al no ser este su hábitat original, no tienen predadores naturales y se han convertido en una plaga incontrolable. Quienes recorren los bosques habitualmente, coinciden en comentar sobre la necesidad de organizar y fomentar la caza de los castores para detener el daño que generan y que se agrava año a año debido a la reproducción descontrolada. Pasando por bosques de ñires y lengas doradas que anunciaban la llegada del otoño, de a poco fuimos volviendo a Ushuaia, adonde llegamos a las dos y media de la tarde. Me despedí de Leo y los brasileños, sin saber que nos volveríamos a encontrar más adelante.

Castorera
Me quedé en el centro, otra vez por la calle San Martín. Comí pizza en Moustacchio, un restaurante muy recomendable por el precio y la amable atención. Mientras almorzaba, el clima cambió totalmente. Luego de una mañana soleada que llegó a asombrar a los lugareños por su calidez, la tarde empezó nublada, lluviosa y fría. Por suerte, el chaparrón del mediodía duró menos de lo que auguraban, así que después de comer, caminé las pocas cuadras que separaban al restaurante del Museo Marítimo y Presidio, también conocido como “la cárcel del Fin del Mundo”.

Museo Marítimo y Presidio
La cárcel de Ushuaia comenzó a existir en 1883 con un proyecto que el entonces presidente Roca presentó al Senado; en 1902 se empezó a construir y el 21 de marzo de 1947 fue clausurada definitivamente mediante un decreto del presidente Perón. Por el presidio pasaron algunos de los convictos más célebres de su tiempo, entre ellos Cayetano Santos Godino “El Petiso Orejudo” quien entre 1904 y 1912 aterrorizó a Buenos Aires con una serie de asesinatos de niños. Otro famoso convicto fue el militante obrero anarquista Simón Radowiztky, acusado por el crimen del comisario Ramón Falcón en 1909, único condenado que logró fugarse por algún tiempo. También estuvo allí alojado Mateo Banks, alias “El Místico” quien en abril de 1922 mató a seis integrantes de su familia y a dos peones en la localidad de Azul. A los hermanos José y Marcos Leonelli, asesinos seriales mendocinos, se sumaron los confinados políticos de la década del ’30 como el periodista y escritor Ricardo Rojas, entre otros.  Llegué a tiempo para recorrerlo tranquila y esperar la visita guiada de las 16.30. El Museo del Presidio guarda elementos que fueron utilizados por presidiarios y carceleros, entre ellos, los uniformes originales y objetos confeccionados en los talleres por los penados, tales como cigarreras, costureros, portaplumas y bastones.  Al Museo hay que ir con tiempo, porque hay mucho para ver. En realidad se podría definir como un “complejo cultural”. En el edificio de la antigua prisión, además del Museo del Presidio, funcionan actualmente el Museo Antártico, el Museo Marítimo, una galería de arte para exposiciones temporales, un bar, un “gift shop”, un salón de usos múltiples que usaban los reclusos en determinadas ocasiones, y un Museo de Arte Marítimo donde se exponen obras de artistas de primer nivel en las antiguas celdas recicladas.


Interior del Presidio

Área original del Presidio
El sector que más me impresionó fue el área que se conserva tal como era el presidio originalmente. En algún momento de mi caminata por los pasillos me di cuenta de que me había quedado sola en ese lugar, lo cual fue una experiencia escalofriante.  

Después de recorrer el Museo por poco más de dos horas, volví al centro. Aproveché un folleto de promoción que me habían dado cuando hice el paseo en catamarán por el Beagle y fui a tomar un chocolate de cortesía en “Chocolates del Turista”. Lo acompañé con una deliciosa porción de cheese cake de frutillas y de paso compré chocolates para regalar a mi familia. Volví al hotel temprano para poder descansar después de un día de tanta caminata.  Para el día siguiente tenía contratada otra excursión con Leo: esta vez íbamos a los lagos Fagnano y Escondido. 



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