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Un martes de principios de marzo de 2011, cerca de las doce del mediodía, llegué a Ushuaia. Solamente al ver desde el avión la silueta de la isla y luego, al divisar la ciudad, no podía creer la belleza del paisaje. Pasé todo el día en ese estado de encantamiento y asombro permanente al sentir que estaba inmersa en una postal que desde chica había visto a la distancia y tanto me había maravillado. El taxista que me llevó hasta el hotel, un mendocino que hacía veinte años se había mudado a Ushuaia, me contó un poquito sobre algunos lugares que pasamos: el barrio militar cerca del aeropuerto con algunas de las casitas más viejas de la zona y que se conservan tal como eran cuando las construyeron.
El alojamiento que reservé por mail era la Hostería Chalp, ubicada un poco alejada del centro, pero igualmente era accesible a pie. La elegí porque las tarifas eran bastante más bajas que en los hoteles del centro y, sobre todo, porque no estaba dispuesta a compartir el baño, lo que me hubiera abaratado considerablemente los costos de alojamiento. La hostería estaba bien, pero no tanto como lo anunciaban. De hecho, no la recomendaría ni volvería a alojarme allí. Había ciertos detalles de limpieza que pasaban por alto, se veía basura acumulada en el patio trasero, el baño perdía y la ducha era increíblemente pequeña lo que me obligaba a hacer piruetas para bañarme. Igual, me atendieron muy amablemente y me dejaron comer en el cuarto (me ofrecieron vajilla en el caso de que la necesitara). Esto fue buenísimo para ahorrarme unos cuantos pesos a la hora de la comida. La hija de la dueña se encargó de contratarme las excursiones, lo cual estuvo muy bueno porque también ahorré el tiempo de salir a recorrer agencias y comparar precios y recorridos.
Un martes de principios de marzo de 2011, cerca de las doce del mediodía, llegué a Ushuaia. Solamente al ver desde el avión la silueta de la isla y luego, al divisar la ciudad, no podía creer la belleza del paisaje. Pasé todo el día en ese estado de encantamiento y asombro permanente al sentir que estaba inmersa en una postal que desde chica había visto a la distancia y tanto me había maravillado. El taxista que me llevó hasta el hotel, un mendocino que hacía veinte años se había mudado a Ushuaia, me contó un poquito sobre algunos lugares que pasamos: el barrio militar cerca del aeropuerto con algunas de las casitas más viejas de la zona y que se conservan tal como eran cuando las construyeron.
Vista de la ciudad |
El alojamiento que reservé por mail era la Hostería Chalp, ubicada un poco alejada del centro, pero igualmente era accesible a pie. La elegí porque las tarifas eran bastante más bajas que en los hoteles del centro y, sobre todo, porque no estaba dispuesta a compartir el baño, lo que me hubiera abaratado considerablemente los costos de alojamiento. La hostería estaba bien, pero no tanto como lo anunciaban. De hecho, no la recomendaría ni volvería a alojarme allí. Había ciertos detalles de limpieza que pasaban por alto, se veía basura acumulada en el patio trasero, el baño perdía y la ducha era increíblemente pequeña lo que me obligaba a hacer piruetas para bañarme. Igual, me atendieron muy amablemente y me dejaron comer en el cuarto (me ofrecieron vajilla en el caso de que la necesitara). Esto fue buenísimo para ahorrarme unos cuantos pesos a la hora de la comida. La hija de la dueña se encargó de contratarme las excursiones, lo cual estuvo muy bueno porque también ahorré el tiempo de salir a recorrer agencias y comparar precios y recorridos.
Catamaranes en el muelle de Ushuaia |
El
relato fue casi predominantemente en inglés, pero ni eso, ni los niños gritando
ni los brasileros que no escuchaban a nadie, lograron opacar un paseo tan
hermoso. Con una magnífica vista de la ciudad y del cordón montañoso que la
rodea, fuimos dejando la bahía de Ushuaia para llegar al Canal de Beagle a
través del Paso Chico. Lentamente dimos una vuelta alrededor de la Isla de los
Pájaros habitada por cormoranes, skúas, cauquenes, albatros y otros ejemplares
típicos de la zona. Pasamos luego por la Isla de los Lobos, habitada casi
exclusivamente por lobos marinos de uno y dos pelos a los que se les suma una
colonia de cormoranes. Un rato después llegamos a Puerto Karelo en el
archipiélago Bridges donde descendimos en la Isla Reynolds para una breve
caminata, un poco exageradamente anunciada como “trekking” en el folleto de la
agencia. La superficie de la isla es rocosa, salpicada por una vegetación rala
y chata. Allí apreciamos los concheros yámanas que quedaron como rastros de la
presencia de antiguos pobladores originarios. En cierto momento la guía nos
señaló que estábamos parados en el medio del Canal del Beagle: a la izquierda,
el Pacífico y a la derecha, el Atlántico. Luego seguimos navegando hacia el
Faro Les Eclarieurs” (Los Iluminados) que resulta conmovedor con su solitaria
presencia en medio de esas aguas salvajes. Este es el faro que suele ser
confundido con el del Fin del Mundo, pero los guías se encargan de aclarar en
repetidas oportunidades que el del Fin del Mundo es el que está en la Isla de
los Estados y no es este. A las seis estuvimos de vuelta en el puerto de
Ushuaia.
El resto de la tarde lo aproveché para caminar por San Martín, la calle principal del centro de la ciudad. Me habían contado que había dos free shops donde se podían conseguir artículos electrónicos y perfumes. Pero tenían muy poca mercadería así que me fui sin llevar nada. Incluso llegué a ver artículos al mismo precio que los vendían en Buenos Aires.
El faro Les Eclarieurs |
El resto de la tarde lo aproveché para caminar por San Martín, la calle principal del centro de la ciudad. Me habían contado que había dos free shops donde se podían conseguir artículos electrónicos y perfumes. Pero tenían muy poca mercadería así que me fui sin llevar nada. Incluso llegué a ver artículos al mismo precio que los vendían en Buenos Aires.
Las
artesanías que encontré en los negocios de San Martín son las mismas que se le
pueden comprar a cualquier “artesano” a lo largo de todo el país. En este caso
están recicladas con el rótulo de “Ushuaia”, pero también podrían decir “La
Quiaca”, “San Luis” o “Buenos Aires”. Dicho sea de paso, también pueden
encontrarse estampas tangueras o “Recuerdos de Bariloche” en cualquier “gift
shop” de la ciudad. Los precios son altísimos hasta para los turistas europeos.
Más tarde compré provisiones para la cena y volví al hotel para descansar ya
que el siguiente también sería un día intenso.
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