21 febrero 2014

Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 11/11: Estancia Alice y Cerro Frías

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Después de un desayuno abundante, esperé a que pasaran a buscarme para la excursión de ese día. A las nueve y media me llamaron a mi habitación para avisarme que estaba la camioneta. Tomé la mochila, abrí la puerta y… la camioneta se había ido! No supe qué pasó, pero la camioneta que me había venido a buscar, no me esperó ni un segundo. Se fue a buscar a la gente del hotel de al lado y siguió viaje. Los corrí unos metros, haciendo señas para que me esperasen, pero no se detuvieron y los perdí de vista. Seguí caminando hasta la agencia, que estaba en el centro para pedirles que me solucionaran el problema y en unos minutos pasó a buscarme otra de las vans que estaba terminando el recorrido por los hoteles. Después del malentendido inicial, emprendimos el viaje sin más inconvenientes.

Luego de recorrer 25 kilómetros desde la ciudad de El Calafate en dirección al Glaciar, llegamos al casco de la estancia Alice. Nos esperaban los guías con unas camionetas 4x4 para iniciar el ascenso al Cerro Frías. Allí mismo nos organizaron en grupos para los que hablaban en inglés o en español. Nuestro chofer y guía era Tito, encargado de la Estancia que ocasionalmente recibía a los turistas. La excursión que hice era la opción más descansada, pero también la única que permite el ascenso hasta la cumbre del Cerro Frías, compartido entre las estancias Alice y Cerro Buenos Aires.

Estancia Alice

Vista del Lago Argentino
Desde la cima, se pueden avistar el Macizo del Paine en Chile, el Cerro Fitz Roy y los Brazos Norte y Sur del Lago Argentino. Durante el ascenso, también divisamos distintos animales típicos de la fauna local: guanacos, liebres, peludos, cauquenes… El regalo que nos tenía deparada la cumbre fue poder apreciar en todo su esplendor el majestuoso vuelo de un cóndor sobre nuestras cabezas. Durante varios minutos pudimos verlo desplegando sus alas en todo su esplendor. Ese se convirtió en el “broche de oro” de mi primer viaje por la Patagonia Austral. El viento patagónico se hacía sentir con toda su fuerza allá en la cumbre, así que en cuanto el cóndor desapareció de nuestra vista, emprendimos la bajada hacia el casco de la Estancia, donde ya estaban preparando el almuerzo para los visitantes que habían elegido quedarse. Yo preferí evitar al pobre cordero, a pesar de que pintaba muy apetitoso, así que alrededor de la una del mediodía volví a El Calafate.

El día estaba hermoso. Hacía calor y el sol brillaba con fuerza. Dejé la campera en el hotel y bajé otra vez hasta el centro buscando un lugar donde almorzar. En el camino me encontré con un acto oficial donde estaba entrando en funciones el nuevo jefe de la policía local. Estaba presente el gobernador de Santa Cruz y, en consecuencia, todos los medios de comunicación locales. Me quedé chusmeando un poco y después me fui a comer a  Viva la Pepa. Este es un pequeño restaurante cuya especialidad son las crepes aunque también tienen sándwiches, ensaladas y pizzas individuales de harina integral, todo muy rico, lindo y abundante. Yo elegí la pizza y estaba exquisita. El local es muy lindo y es muy bueno el servicio. Los precios son altos, como en todos lados. 

Esa tarde no volví a tomar ninguna excursión. Seguí caminando por la ciudad, aunque la actividad comercial se paraliza después del mediodía y vuelve a arrancar después de las cinco de la tarde, cuando empieza a retornar la gente de las excursiones. Aproveché para comprar regalos para mi familia y revolver las tiendas de artesanías. En Laguna Negra tomé un delicioso chocolate caliente con torta de manzanas y compré más chocolates y dulce de calafate en Ovejitas de la Patagonia y Chocolates del Turista. Cuando empezó a oscurecer, volví al hotel para hacer la valija. A la mañana siguiente, empezaba el viaje de vuelta a Buenos Aires.




Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 10/11: El Perito Moreno

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Poco después de las siete y media de la mañana me pasó a buscar el micro. Contraté la excursión con mini trekking de Hielo y Aventura, la única agencia habilitada para llegar hasta el Glaciar.

El Parque y Reserva Nacional Los Glaciares ocupa una superficie de 724.000 hectáreas ubicadas al sudoeste de la provincia de Santa Cruz y a 80 kilómetros de la ciudad de El Calafate. El área protegida fue creada en 1937. En 1971 se establecen los límites actuales y en 1981 la Unesco incorpora al Parque a la lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad. 

Frente del Glaciar Perito Moreno

Alrededor de las 9.40 llegamos al Centro de Visitantes del Parque y luego de una breve explicación para ubicarnos, tuvimos tiempo libre hasta las 10.30 para recorrer las pasarelas a gusto. Si bien desde la ruta de ingreso al Parque habíamos tenido las primeras vistas del Glaciar, las pasarelas nos permitieron estar frente a frente con él. Estas pasarelas se ubican frente a la cara norte del Glaciar y poseen varios miradores en diferentes altitudes. Están señalizadas y se pueden recorrer cómodamente durante horas. Me resultó muy útil seguir el consejo de llevar anteojos de sol para no encandilarme con el reflejo del sol y poder apreciar mejor las variaciones de azul que se producen en las paredes de hielo.

Caminando sobre el Glaciar
La sensación de estar en ese lugar es realmente emocionante. No se puede poner en palabras la experiencia de ver caer los trozos de hielo del frente del Glaciar sobre el Canal de los Témpanos. Me quedé largo rato extasiada contemplando tan maravilloso espectáculo y escuchando los ruidos del gigante blanco que tenía frente a mis ojos.  Luego nos dirigimos hacia el Puerto ubicado en la Bahía “Bajo de las Sombras”, donde nos embarcamos en un catamarán para cruzar el Brazo Rico frente a la pared sur del Glaciar. Allí llegamos a un refugio donde pudimos almorzar y un rato más tarde, comenzamos a prepararnos para la caminata. Nos dividieron en grupos de 15 personas, para darnos una breve charla sobre los glaciares y luego llevarnos hasta otro refugio donde nos colocaron los grampones obligatorios para caminar sobre el hielo, nos enseñaron a usarlos y entonces lentamente empezamos el ascenso. Dos guías acompañaban a cada grupo y cuidaron permanentemente de todos los detalles de seguridad de forma tal que todos pudiéramos disfrutar a pleno de la experiencia. La caminata requiere un esfuerzo físico moderado, pero que está recompensado por la vista de un paisaje asombroso formado por las capas de hielo comprimido durante miles de años.  La caminata duró poco más de una hora y media, así que a las tres de la tarde estuvimos abajo otra vez.

Brindis de despedida
La despedida del Glaciar fue con el tradicional brindis con hielo extraído in situ. Luego, a desandar el camino: caminata al refugio donde habíamos dejado las mochilas, catamarán por el Lago Rico hasta llegar al punto de encuentro en el parque y desde allí, subida al micro que nos fue repartiendo por los hoteles. A las cinco de la tarde estuve de vuelta en la Posada, muy feliz por haber pasado una jornada tan intensa y a la vez, inolvidable.  Realmente fue un día perfecto. El clima estaba soleado y con poco viento, no hacía mucho frío. La organización de la excursión fue muy profesional, desde que nos pasaron a buscar por el hotel hasta la vuelta. Mariana, la guía, nos fue contando desde el principio cómo se iba a desarrollar la jornada y la forma en que podríamos aprovechar mejor el tiempo de la excursión. El micro era nuevo y con asientos muy cómodos. El conductor, amable y eficiente. La guía muy atenta y muy preparada, además de haber sido la primera persona que encontré dedicada al turismo que sabía hablar perfecto inglés. Los guías de montaña también eran expertos en su oficio y todo el tiempo estaban atentos a la seguridad de los participantes. Las explicaciones fueron siempre muy completas y didácticas. Los medios de transporte estaban en muy buen estado. El Parque está muy cuidado y todo el tiempo se le recuerda a los visitantes que deben mantener la limpieza de ese espacio y no dejar residuos por los lugares donde pasen. Los baños estaban limpios y eran cómodos.

Dejé la mochila en el hotel y volví al pueblo a tomar un chocolate caliente en Borges & Alvarez. Pasé por una agencia y reservé para el día siguiente la excursión a Cerro Frías, aprovechando un voucher de descuento que me habían regalado cuando contraté el transfer desde el aeropuerto. Después pasé por La Anónima para comprar provisiones para la cena y volví al hotel.


Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 9/11: El Calafate

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Me levanté un poco más tarde de lo habitual y aproveché para desayunar tranquila y abundantemente, como no lo había hecho hasta ese momento durante las vacaciones. No tenía nada planeado para ese día, así que empecé a averiguar por excursiones cortas y surgió la posibilidad de hacer una cabalgata por las afueras de la ciudad. Verónica de la posada, llamó para ver si había disponibilidad y alrededor de las once de la mañana me pasaron a buscar. “Cabalgata en Patagonia” es la agencia que organiza estos paseos y a su cargo está el “Chabón” Holzmann, un gaucho descendiente de húngaros, nacido en San Isidro, que desde muy jovencito se afincó en El Calafate y con el tiempo decidió dedicarse a criar caballos para hacer cabalgatas y a crear una escuela familiar de equitación. Este tipo de cabalgatas cortas tiene la particularidad de estar pensadas para gente que tiene poca o ninguna experiencia en el tema y son aptas para ir con los chicos. También ofrecen la opción de hacer cabalgatas más largas.

El grupo que participó era bastante heterogéneo: una pareja joven de Brasil, un matrimonio cincuentón de Londres, una familia de Calafate, una madre con su hija adolescente provenientes de Pergamino y una señora escocesa de apellido Patterson que viajaba sola recorriendo la tierra de sus antepasados: su abuelo, un director de escuela, había sido pionero en Río Gallegos a principios del siglo XX. Mientras íbamos en la camioneta casi toda la conversación se desarrollaba en inglés, lo cual le imprimió un tono bastante particular al viaje, ya que a todos nos parecía muy raro y gracioso a la vez, estar hablando en inglés con un gaucho.
Preparados para la cabalgata
El paseo fue muy divertido. Recorrimos las afueras de El Calafate desde la zona de Bahía Redonda hasta Punta Soberana. Desde los cerros circundantes disfrutamos de una vista panorámica de la ciudad y el Lago Argentino. A mí me dieron un caballo de unos ocho o nueve años llamado “Karma” que resultó ser el más indisciplinado del grupo. Los gauchos se rieron bastante de mis torpes intentos por dominarlo y varias veces tuvieron que ayudarme a hacerlo volver al camino, pero la cosa nunca pasó a mayores y el paseo se desarrolló sin inconvenientes. El trayecto duró poco más de una hora y media. Cuando volvimos al puesto desde donde habíamos partido, nos convidaron con mate y unas tortas fritas exquisitas. Me gustó mucho la experiencia. Los gauchos hicieron muy entretenido el paseo, sin dejar de estar pendientes ni por un segundo de la seguridad de todos los participantes. A eso de la una de la tarde volví al hotel a dejar la campera y salí a almorzar.

En el camino me crucé con una chica de Israel que iba para la costa del Lago Argentino y no sabía el camino, así que saqué mi mapa y juntas buscamos la ruta para llegar hasta allí caminando. Me di cuenta de que ese día había estado hablando en inglés la mitad del tiempo. Los turistas extranjeros seguían siendo la mayoría. Almorcé empanadas y una gaseosa en La Lechuza Pizzas, muy ricas, pero algo caro el lugar.

Desde allí caminé derecho por Ezequiel Bustillo rumbo a la reserva de Laguna Nimez.  A sólo un kilómetro del centro de El Calafate se encuentra la reserva ecológica municipal Laguna Nimez. Se trata de una reserva natural donde se refugian cerca de ochenta especies de aves y donde se puede apreciar la flora típica de la región patagónica. Se debe abonar una entrada para acceder a la reserva y se pueden recorrer los senderos marcados que bordean la laguna y llegan hasta los límites del Lago Argentino. Es un paseo interesante para hacer si se tiene tiempo libre en la ciudad. Recorrerla lleva alrededor de dos horas. Se pueden ver distintas especies de patos, flamencos rosados, cisnes de cuello negro, cauquenes, bandurrias y muchas otras aves.  Con un fotógrafo que me crucé en la reserva hablamos de la cantidad de extranjeros que se encontraban viajando por la Patagonia. Coincidimos en que a los argentinos nos resulta difícil elegir este destino turístico dado lo elevado de los precios tanto para los alojamientos y pasajes como para excursiones, servicios y comida. Cuando el sol empezó a alejarse, volví al centro.

En El Calafate no tomé taxis ni remises porque el hotel estaba cerca del centro y todos los lugares interesantes para ver quedaban a distancias cortas.  En el centro fui  a tomar algo a Borges & Alvarez, un “libro-bar” ubicado en un paseo comercial sobre la calle San Martín. Allí me deleité con un chocolate caliente acompañado con una porción de tarta de manzanas riquísima. Me gustó mucho la decoración del lugar, con bibliotecas llenas de libros a disposición de los clientes, muebles rústicos de madera y objetos antiguos que adornaban paredes y repisas. Después del chocolate, compré algo para cenar en La Anónima y volví al hotel ya que al día siguiente tenía que madrugar otra vez. Esta vez me esperaba la tan ansiada expedición al Glaciar Perito Moreno.

Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 8/11: Estancia Cristina

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Temprano, muy temprano me levanté para ir a la Estancia Cristina. Desayuné rápido y rico. A las siete y cuarto de la mañana me vino a buscar la combi. Mientras pasábamos a buscar a la gente de los otros hoteles, recorrimos casi toda la ciudad de El Calafate. 

La Estancia Cristina ocupa 22.000 hectáreas sobre el Brazo Norte del Lago Argentino. Fue fundada en 1914 por Joseph Percival Masters, un inglés que llegó a la Patagonia en 1900 y, luego de unos años en Río Gallegos, decidió instalarse allí junto con su esposa Jessie y sus hijos Herbert y Cristina. Tras el fallecimiento de sus padres y su hermana, la Estancia fue heredada por Herbert, quien se había casado con Janet Mc Donald. En 1984, Janet queda sola a cargo del establecimiento. Debido a la falta de mantenimiento, la Estancia comenzó a deteriorarse y ante un esfuerzo por revalorizarla, decidió abandonar la ganadería para dedicarse a la actividad turística. Finalmente, en 1997 fallece y la Estancia queda en manos del Estado ya que ella y Herbert no habían tenido descendencia. En la actualidad, el establecimiento está dedicado exclusivamente al turismo.

Barrera de témpanos
Poco más de una hora después de la salida del hotel llegamos al puerto de Punta Bandera, donde nos reunieron con la gente que venía en otras combis o en autos particulares para empezar la excursión. Nos embarcamos en un catamarán que fue surcando el Lago Argentino, ya que esta es la única vía para llegar a la Estancia. La navegación fue espectacular. Pudimos apreciar paisajes incomparablemente bellos, formados por la erosión glaciaria. Vimos un cóndor escondido entre unas rocas y caballos salvajes pastando en la ladera de un monte. Más adelante empezaron a desfilar los témpanos desprendidos del frente del glaciar Upsala y que forman una barrera de 20 kilómetros. Alucinados, todos los que estábamos en el catamarán empezamos a sacar fotos descontroladamente. Era emocionante contemplar ese panorama. Cuando nos calmamos un poco, el barco siguió viaje por el Canal Cristina, rumbo a la costa de la Estancia.

Mirador del Upsala
Alrededor de las 11.00 llegamos al embarcadero. Allí nos separaron en grupos según las alternativas de excursión que habíamos contratado. Los que habíamos elegido la opción “Discovery” subimos inmediatamente en unos vehículos 4 x 4 donde me encontré con los brasileños que había conocido en la excursión del Parque Nacional de Tierra del Fuego.  Recorrimos un complicado camino de nueve kilómetros y bajamos antes de llegar a una histórica base antártica, para caminar desde allí un corto trecho hasta el Mirador del Upsala. Este Mirador permite apreciar al glaciar Upsala en toda su magnificencia. Desde ese punto se observa el frente oriental del glaciar apoyado sobre las aguas lechosas del Lago Guillermo. Hacia atrás, el Campo de Hielo Patagónico Sur se extiende por la Cordillera de los Andes.  Luego subimos otra vez a las 4 x 4 para dirigirnos al casco de la Estancia donde está el restaurante. Allí sirven un menú fijo para turistas y tienen una cafetería mínima. Se puede llevar vianda para comer en el lugar, lo cual es bueno tenerlo en cuenta ya que el precio del almuerzo (que incluye al omnipresente cordero) es bastante elevado, aunque la cafetería tiene precios razonables. 

Lodges de la Estancia Cristina
Luego de la pausa para almorzar, comenzamos a recorrer el antiguo galpón de esquila, reconvertido en museo costumbrista, donde pudimos ver objetos que pertenecieron a la familia Masters, herramientas de uso diario para las distintas tareas que se desarrollaban en la Estancia y fotografías que documentaban hechos históricos ocurridos en aquellos parajes.  La Estancia cuenta también con un jardín botánico donde se pueden apreciar algunas raras especies arbóreas entre las que sorprenden un par de sequoias centenarias.

Capilla de la Estancia
Seguimos caminando hacia el Río Caterina con su noria y su puentecito hasta que llegamos a la pequeña capilla de madera construida en memoria de un grupo de estudiosos de la historia patagónica que perecieron en abril de 2001 en un accidente aéreo cuando se dirigían a la Estancia. Alrededor de las cinco de la tarde volvimos caminando hasta el catamarán para emprender lentamente el regreso.  El paseo fue inolvidable y permite recorrer en un solo día muchos de los principales atractivos que caracterizan a la Patagonia Austral: la antigua estancia, los lagos, el glaciar, la meseta patagónica, la vegetación, las aves y deleitarse comiendo cordero.

Lago sin nombre
Los paisajes son incomparablemente bellos y, dadas las características geográficas de aislamiento de la zona, es imposible apreciarlos si no es tomando esta excursión.  Entre los visitantes encontré gente de todo el mundo y, otra vez, muy pocos argentinos. Este tipo de visita requiere una logística especial cuyos costos son muy elevados, lo cual se refleja en las tarifas que abonan los pasajeros. Por esta razón, para una familia tipo argentina de clase media le resulta casi imposible elegir estos destinos para sus vacaciones y por eso los argentinos que encontré eran parejas o gente que viajaba sola. No obstante, muchos extranjeros se quejan de las tarifas diferenciales para visitantes residentes, del resto del país, del Mercosur y resto del mundo.  Igualmente, este paseo vale cada centavo invertido y, junto con la visita al Perito Moreno, es uno de los imperdibles cuando se viaja a El Calafate. El único punto en contra fue el flojo desempeño de los guías. El chico que nos guiaba en el catamarán tenía tan mala dicción que se le entendía la mitad de lo que hablaba en castellano y su traducción al inglés era vergonzosa. En algún momento, dejó de explicar para irse a fumar a la cubierta y quedarse charlando con una chica. En el recorrido por la Estancia, otro de los guías tampoco sabía los nombres de los lugares por donde pasábamos porque hacía poco tiempo que trabajaba ahí, así que me quedé sin saber cómo se llamaba ese lago tan bonito al que le saqué una foto…Pero igual esto no logró empañar de ninguna manera la experiencia y, en el balance final, quedó como una anécdota más del día. Regresé al hotel a las ocho de la noche, agotada, pero feliz.


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16 febrero 2014

Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 7/11: El Calafate

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A las seis de la tarde llegué a El Calafate. El Aeropuerto se ubica a 22 kilómetros de la ciudad. En la salida hay varios stands de empresas que ofrecen traslados en combis hasta la ciudad. Se pueden reservar de antemano por internet o contratarlas en el lugar directamente. En mi caso, tomé el transfer Ves Patagonia hasta el alojamiento que tenía reservado. Dada la distancia a la que se encuentra el aeropuerto de la ciudad, conviene más viajar en estas combis que tomar un remise. Además, ofrecen una tarifa reducida si se toma el mismo transfer para la vuelta.

Lago Argentino
En la Posada Newenkelen me recibió Verónica, su dueña, super amable y que enseguida me hizo sentir como en casa. Como llegué a última hora da la tarde, lo primero que me recomendó que hiciera, fue reservar la excursión para el día siguiente. Por el pronóstico del tiempo, me sugirió que empezara por ir a la Estancia Cristina y que esperase a que mejorara el clima antes de ir al Perito Moreno. Seguí su consejo y esa fue la excursión que reservé. Una vez que dejé mi equipaje en la habitación, salí a caminar y a comprar provisiones. Lo poco que vi esa tarde de El Calafate me encantó e incluso me pareció más pintoresco y alegre que Ushuaia. Hay muchos restaurantes, locales, hoteles modernos y a última hora se ve mucho movimiento en las calles. Pero recién llegaba y todavía tenía mucho para investigar…

14 febrero 2014

Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 6/11: Despedida de Ushuaia

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Me levanté muy temprano, más que nada por la ansiedad que siempre me genera la partida hacia un nuevo destino.  El hotel estaba bastante ruidoso, gracias a unos vecinitos de cuarto catalanes que empezaron a correr y a gritar por el pasillo desde bien temprano. Los volví a ver cuando fui a desayunar, justo antes de que se fueran a una excursión. Por suerte, ya me iba del hotel… Dejé las valijas en la recepción y salí a dar una última vuelta por la ciudad. 

El día estaba lluvioso y frío. Bajé hasta Maipú y caminé por la costanera hasta encontrar otra vez el bar “Ramos Generales”. Ahí paré para tomar un café con crema y comer una croissant gigante y deliciosa. Encontré que hay muchos lugares donde se come riquísimo, pero al igual que en Buenos Aires hay que acordarse de ver los precios antes de entrar. En los lugares donde fui, pagué precios razonables y comí muy bien. Me recomendaron el restaurante “Volver”, pero no pude ir. Parece que es el único de Ushuaia que tiene entre sus especialidades la carne de castor, entre otras especies típicas locales. 

La hora de la partida se acercaba, estaba lloviendo y hacía mucho frío, así que volví al hotel a buscar mi valija y a tomar un taxi al aeropuerto. Cuando llegué, me enteré de que mi vuelo estaba demorado más de dos horas, así que tuve tiempo para dar vueltas por el free shop, comprarme un perfume, leer y comer algo tranquila antes de irme. Me encontré con la parejita que había conocido en la excursión por los lagos y nos quedamos un rato charlando y lamentándonos por el tiempo que estábamos perdiendo por culpa de la demora del avión, ya que era muy poco lo que podríamos recorrer en El Calafate  después de la hora a la que llegaríamos.

Plaza Islas Malvinas
Alrededor de las tres y media de la tarde despegó finalmente mi vuelo rumbo a mi próximo destino: El Calafate.

08 febrero 2014

Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 5/11: La Ciudad

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Bar Ramos Generales
Me levanté después de las ocho. Después de desayunar, salí a caminar por la ciudad para ver los últimos lugares que me habían quedado pendientes para visitar. Con el correr de los días comprobé que era cierto el consejo de que no vale la pena hacer el city tour en el double decker ya que la ciudad se recorre fácilmente a pie.  Buscando un cajero automático bajé por Maipú y así encontré un bar encantador. “Ramos Generales” es una mezcla de “museo – restaurant – bar – vinoteca – panadería – pastelería y tienda de pret a porter” según reza en el folleto publicitario. Con un chef francés a cargo de la cocina, preparan delicias dulces y saladas que se pueden degustar tranquilamente en un ambiente cálido que invita a quedarse. Allí tomé un café y comí la que hasta ahora es la factura más exquisita que probé en mi vida: una masa del hojaldre más delicado, rellena con puré de manzanas y bañada con almíbar. Compré para llevarme unos “buñuelos de vainilla”, especie de cuadraditos con gusto a vainilla que venden al peso y resultaron ser riquísimos también. Sobre un mostrador, exhibían unos originales pingüinos de merengue bañados con chocolate, a los que resistí la tentación de llevarme y solamente les saqué una foto… Salí del bar y seguí caminando por Maipú rumbo a la Casa Bebán. En el camino encontré la pequeña librería “Ediciones de la Lenga” donde compré a muy buen precio una novela en inglés que fui leyendo en los aeropuertos. Ahí descubrí que es mejor pagar en efectivo que con tarjetas de débito o crédito. Les toma un rato largo comunicarse para conseguir autorización, eso si logran comunicarse, por lo que es bueno tenerlo en cuenta si se está apurado o si no se tiene efectivo encima.

Casa Bebán
La Antigua Casa Bebán queda frente al puerto, en la zona opuesta al centro. Está en un área abierta, rodeada por una plaza. La pintoresca vivienda perteneció a uno de los primeros pobladores de Ushuaia y, actualmente, funciona como centro cultural y sala de exposiciones. El día que fui, había una exhibición de objetos y láminas explicativas acerca del naufragio del Monte Cervantes. El episodio del hundimiento del crucero Monte Cervantes ocurrió el miércoles 22 de enero de 1930 y se lo conoce también como el “Titanic argentino”. El barco transportaba cerca de 350 tripulantes y 1120 pasajeros a bordo. La tragedia se desencadenó cuando el buque encalló en unas rocas sumergidas cerca de los islotes “Les Eclarieurs” a poco de su salida del puerto de Ushuaia. Creo que fuera de esta ciudad está bastante poco difundida la trágica historia de este hundimiento en el cual la única víctima fatal fue el capitán, Theodor Dreyer, cuyo cuerpo nunca fue encontrado. Por lo demás, las mismas láminas y objetos similares se encuentran en otros museos de la misma ciudad, así que la muestra no aporta demasiado para ampliar el conocimiento del tema, pero sí para insistir con su difusión.  Luego aproveché el sol y el calorcito que estaba haciendo para quedarme descansando en la plaza, hasta que llegaron unos adolescentes escuchando reggaetón a todo volumen, así que decidí retomar mi camino y fui volviendo hacia el centro. Me habían contado que cuando el día está soleado por un largo rato, los lugareños se desesperan por salir al aire libre. El clima es tan cambiante en la región que en cuanto el sol se instala por unas horas, la gente se pone contenta y sale a tomar sol.


Plaza y costanera al fondo
Pasé por la Secretaría de Turismo para ver si había alguna otra excursión que pudiera aprovechar durante la tarde, pero la ida a la pingüinera de la Estancia Harberton me resultaba muy costosa y pasaba por lugares en los que ya había estado. La otra opción era subir al Glaciar Martial, pero como tenía que hacer un “trekking” en ascenso, lo descarté porque estaba demasiado cansada y necesitaba tomarme un respiro. Encontré demasiada (para mi gusto) oferta de actividades que incluían el trekking. Para el que no está entrenado, no puede o no le gusta caminar tanto, no hay otras alternativas.  Así que otra vez me fui a almorzar a Moustacchio (unos sorrentinos al filetto muy ricos) y después volví un rato al hotel para descansar. Más tarde regresé al centro para deleitarme con un exquisito chocolate en “Chocolates del Turista”, al que acompañé con una porción de tarta de frutos rojos y chocolate blanco. Caminé un rato por la ciudad, esperando que empezara a nevar, pero no tuve suerte. Solo cayó agua nieve y lloviznó durante el resto de la tarde y casi toda la noche. Tenía la ilusión de ver nevar antes de mi regreso a Buenos Aires, pero mi sueño no se cumplió esta vez.


Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 4/11: Los Lagos

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Después de las nueve y media llegó Leo a buscarme en la combi. Esta vez el grupo estaba integrado por una pareja de novios de Buenos Aires y Olga y Mónica, dos señoras venezolanas encantadoras.

Criadero de perros en Cerro Castor
Iniciamos el camino por la Ruta Nacional 3, rumbo a los centro de esquí que se estaban empezando a preparar para la temporada invernal. La primera parada fue para observar los turbales característicos de la zona. En invierno, esos terrenos se cubren de nieve y son ideales para la práctica de esquí de fondo, la más antigua de las variedades de esquí, originada en los países nórdicos. Luego fuimos a uno de los centros invernales para ver los caniles donde crían a los perros empleados para tirar de los trineos. El cuidador me contó que crían perros siberianos y alaskanos. Estos últimos no son aún una raza oficialmente reconocida. Provienen de una mezcla de razas de la que resultan perros parecidos a los huskies pero con el pelo más corto. Lo que buscan los criadores, tanto en este caso como con los siberianos, es lograr perros resistentes y fuertes para el trabajo al que están destinados, sin importar si se respetan exactamente los estándares de cada raza. Los perros permanecen en actividad durante toda su vida, aunque los más viejos con menor intensidad que los más jóvenes. Si dejan de entrenar o de correr con los trineos, el sedentarismo les acorta la vida.

Dejamos a los perros para seguir viaje rumbo al famoso centro invernal de Cerro Castor, donde paramos para recorrer las instalaciones y el restaurant, único sector que estaba habilitado en ese momento. Continuamos rumbo a los lagos, pasando por otros centros invernales aún cerrados o con mínima actividad, pero seguimos de largo sin bajar a verlos.  Atravesando la Cordillera de los Andes por el Paso Garibaldi, llegamos finalmente a Lago Escondido. La primera vista fue desde lo alto del camino, por donde pasa la ruta, desde donde lo veíamos extenderse hacia abajo en la montaña.

Lago Escondido
La mejor forma de acercarse al lago es bajar caminando por un camino de montaña. No sé cuánto tiempo duró la bajada (una hora quizás) pero el camino fue hermoso y valió la pena el esfuerzo. La meta era llegar a la Hostería Petrel, ubicada al borde del lago. En ese momento, la hostería estaba cerrada y abandonada debido a un litigio judicial que impide el ingreso al lugar. Recorrimos un poco los alrededores, tomamos fotografías y seguimos rumbo al Lago Fagnano. En algún lugar de la ruta, Leo paró para buscar unas ramitas de calafate así podíamos probar los frutos. ¡Son riquísimos! Parecidos a los arándanos pero más chiquitos, dejan la lengua morada por un rato. La leyenda dice que el que prueba calafates, vuelve a la Patagonia. Yo los había probado en forma de dulce hace muchos años en Esquel, así que espero que se renueve el hechizo del calafate y pueda seguir volviendo a estos maravillosos lugares. Cuando llegamos al Fagnano, el viento patagónico se hizo sentir con toda su intensidad por primera vez desde que llegué a la Patagonia. Estaba nublado, así que bajamos de la combi para tomar unas fotos y caminar un poco, pero tuvimos que volver rápido porque hacía mucho frío y había demasiado viento. Ese fue el último punto que tocamos en la excursión.

Lago Fagnano


Museo Casa de Gobierno
Desde allí volvimos al centro invernal donde estaban los perros y en ese lugar almorzamos.  El almuerzo fue espectacular. Comimos cordero fueguino asado acompañado 
con ensaladas y estaba delicioso. Lo pasamos muy bien, charlando con la gente del grupo. La vuelta a Ushuaia fue rápida. Vinimos escuchando un CD de una banda de reggae local y charlando entre todos. Los chicos se bajaron en el Presidio, las señoras venezolanas en el hotel y yo, en el Museo del Fin del Mundo. La visita al Museo me desilusionó. La entrada resulta muy cara dado que es muy pequeño (una casa antigua con cinco habitaciones convertidas en salas de exposición), tiene demasiadas láminas explicativas y poco material original. El ticket habilita para visitar también la Antigua Casa de Gobierno provincial, ubicada a dos cuadras sobre la avenida Maipú, y que me pareció mucho más interesante. Su construcción data de 1891 y fue inicialmente la vivienda del Gobernador. Tras un incendio en 1920 que destruyó la Casa de Gobierno, este edificio se remodeló y se convirtió en Casa de Gobierno y residencia del Gobernador al mismo tiempo. A través de los años fue cambiando de función hasta que en 2002 fue restaurada y convertida en un centro histórico-cultural perteneciente al Estado provincial. La Casa conserva la sala de sesiones original, el despacho del gobernador y varios muebles que pertenecieron a antiguos pobladores de la zona. La recorrida es breve, así que después salí a tomar fotos del puerto. Después seguí caminando por San Martín, compré comida en el supermercado y volví al hotel caminando.

Me quedé un rato mirando la tele y pensé que era muy raro estar mirando el estado del tránsito en la ciudad de Buenos Aires y cómo afectaba la ola de calor a los porteños, mientras que en Ushuaia llovía, hacía tres grados y los autos circulaban tranquilamente. En la cartelera del servicio de cable Super Canal encontré solo dos canales con información provincial, pero me pareció que no funcionaban las 24 horas. Por lo menos, fueron útiles para saber la temperatura y enterarse de alguna noticia local.  No hice planes para el día siguiente. Necesitaba descansar aunque sea un día, después de todo, eran mis vacaciones, y no había encontrado excursiones que me interesaran especialmente. 


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03 febrero 2014

Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 3/11: El Parque Nacional de Tierra del Fuego

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Me levanté temprano para estar lista a tiempo. El Parque Nacional de Tierra del Fuego era la excursión que tenía programada para ese día.

A las nueve menos veinte llegó puntual la combi para empezar la excursión. La agencia que contraté era Ryan’s Travel y Leo era el guía a cargo. Enseguida partimos rumbo al Parque Nacional de Tierra del Fuego. Mis compañeros de viaje eran cinco brasileros muy simpáticos. Charlando entre todos, fuimos haciendo el camino de doce kilómetros que separa a la ciudad del Parque. 

El Parque Nacional Tierra del Fuego fue creado en 1960. Está ubicado al sudoeste de la provincia junto al límite internacional con Chile. Abarca 63.000 hectáreas del extremo austral de la Cordillera de los Andes, en una franja que va desde la Sierra de Beauvoir, al norte del Lago Fagnano, hasta la costa del Canal de Beagle en el Sur. Al ingresar al Parque, se debe abonar una entrada cuyo valor difiere para los turistas nacionales y los extranjeros.


Bahía Ensenada

La estafeta postal del Fin del Mundo
Lo primero que hicimos cuando llegamos, fue llevar a mis compañeros de viaje a la estación del Tren del Fin del Mundo, donde ya estaba echando humo la locomotora lista para partir. Yo decidí no tomarlo, en parte por su elevada tarifa y principalmente, porque estaba advertida de que el recorrido no pasa por los lugares más interesantes que se pueden ver en el Parque, lo cual después pude comprobar que era cierto. Así que mientras mis compañeros se preparaban, me quedé sacando fotos por la Estación y luego fui con Leo a conocer otros sectores del Parque que me parecieron muy bellos. Así llegamos a Bahía Ensenada donde bajé hasta el muelle en el que está la estafeta postal del Fin del Mundo, una pequeña casilla de madera donde funciona una emblemática sucursal del Correo Argentino. Frente a la costa, se divisa a pocos metros la Isla Redonda y más allá el Canal de Beagle. Bajo una imprevista y suave lluvia, caminé durante un rato por los senderos del bosque, marcados con escalones y vallas de madera para facilitar el recorrido entre la espesa arboleda, hasta que se hizo la hora de volver a buscar a los brasileños que hicieron el paseo en el Tren.

Lago Roca
En el camino de ida hasta la estación pude ver una parte del bosque talado hace décadas o quizás ya un siglo, por los presos de la cárcel de Ushuaia. El frío detiene el proceso de putrefacción de la madera lo que pareciera congelar el paso del tiempo y permitirnos tener una idea bastante cercana de lo que pudo haber sido el panorama en aquella época.  El paseo siguió rumbo al bellísimo Lago Roca, cuyo color varía según el estado del tiempo y desde donde se divisa el límite con Chile. Caminamos por la orilla del Lago rumbo al Centro de Visitantes. Allí hay un centro de interpretación de la flora autóctona y una recreación del entorno y el sistema de vida de los yámanas, habitantes originales de la zona que actualmente ocupa el Parque. En varios sectores de las costas del Canal de Beagle y del Lago Roca aún existen antiguos yacimientos arqueológicos en forma de montículos circulares conocidos como “concheros yámanas”. Los yámanas instalaban sus campamentos en las costas aprovechando los recursos marinos. Se desplazaban en canoas construidas con varillas y planchas de corteza de lenga y se dedicaban a la caza de lobos marinos y a la recolección de moluscos, principalmente mejillones y cholgas. Los desechos acumulados a causa de ese consumo son los que conforman el interior de los concheros. Mientras algunos tomaban un refrigerio en la cafetería del Centro, aproveché para recorrer los alrededores y sacar fotos a los cisnes de cuello negro que estaban en el lago y a los conejos marrones que corrían tratando de esconderse en el pasto. Desde allí volvimos a la camioneta para salir rumbo a Bahía Lapataia, el extremo sur del continente, allí donde termina la Ruta Nacional 3.


Bahía Lapataia
Como  creo hacen todos los turistas que pasan por ese confín del mundo, me saqué la foto frente al cartel que anuncia los 3079 kilómetros que me separan de mi casa en Buenos Aires y que voy a guardar junto con la que me saqué en el paso fronterizo entre La Quiaca y Villazón cuatro años atrás. A partir de ese punto, todo lo que había que hacer era desandar el camino. Pasamos por turbales y castoreras, donde vimos el daño que esos animales causan en el medio ambiente de la Isla. Los castores fueron llevados a Tierra del Fuego desde Canadá. Al no ser este su hábitat original, no tienen predadores naturales y se han convertido en una plaga incontrolable. Quienes recorren los bosques habitualmente, coinciden en comentar sobre la necesidad de organizar y fomentar la caza de los castores para detener el daño que generan y que se agrava año a año debido a la reproducción descontrolada. Pasando por bosques de ñires y lengas doradas que anunciaban la llegada del otoño, de a poco fuimos volviendo a Ushuaia, adonde llegamos a las dos y media de la tarde. Me despedí de Leo y los brasileños, sin saber que nos volveríamos a encontrar más adelante.

Castorera
Me quedé en el centro, otra vez por la calle San Martín. Comí pizza en Moustacchio, un restaurante muy recomendable por el precio y la amable atención. Mientras almorzaba, el clima cambió totalmente. Luego de una mañana soleada que llegó a asombrar a los lugareños por su calidez, la tarde empezó nublada, lluviosa y fría. Por suerte, el chaparrón del mediodía duró menos de lo que auguraban, así que después de comer, caminé las pocas cuadras que separaban al restaurante del Museo Marítimo y Presidio, también conocido como “la cárcel del Fin del Mundo”.

Museo Marítimo y Presidio
La cárcel de Ushuaia comenzó a existir en 1883 con un proyecto que el entonces presidente Roca presentó al Senado; en 1902 se empezó a construir y el 21 de marzo de 1947 fue clausurada definitivamente mediante un decreto del presidente Perón. Por el presidio pasaron algunos de los convictos más célebres de su tiempo, entre ellos Cayetano Santos Godino “El Petiso Orejudo” quien entre 1904 y 1912 aterrorizó a Buenos Aires con una serie de asesinatos de niños. Otro famoso convicto fue el militante obrero anarquista Simón Radowiztky, acusado por el crimen del comisario Ramón Falcón en 1909, único condenado que logró fugarse por algún tiempo. También estuvo allí alojado Mateo Banks, alias “El Místico” quien en abril de 1922 mató a seis integrantes de su familia y a dos peones en la localidad de Azul. A los hermanos José y Marcos Leonelli, asesinos seriales mendocinos, se sumaron los confinados políticos de la década del ’30 como el periodista y escritor Ricardo Rojas, entre otros.  Llegué a tiempo para recorrerlo tranquila y esperar la visita guiada de las 16.30. El Museo del Presidio guarda elementos que fueron utilizados por presidiarios y carceleros, entre ellos, los uniformes originales y objetos confeccionados en los talleres por los penados, tales como cigarreras, costureros, portaplumas y bastones.  Al Museo hay que ir con tiempo, porque hay mucho para ver. En realidad se podría definir como un “complejo cultural”. En el edificio de la antigua prisión, además del Museo del Presidio, funcionan actualmente el Museo Antártico, el Museo Marítimo, una galería de arte para exposiciones temporales, un bar, un “gift shop”, un salón de usos múltiples que usaban los reclusos en determinadas ocasiones, y un Museo de Arte Marítimo donde se exponen obras de artistas de primer nivel en las antiguas celdas recicladas.


Interior del Presidio

Área original del Presidio
El sector que más me impresionó fue el área que se conserva tal como era el presidio originalmente. En algún momento de mi caminata por los pasillos me di cuenta de que me había quedado sola en ese lugar, lo cual fue una experiencia escalofriante.  

Después de recorrer el Museo por poco más de dos horas, volví al centro. Aproveché un folleto de promoción que me habían dado cuando hice el paseo en catamarán por el Beagle y fui a tomar un chocolate de cortesía en “Chocolates del Turista”. Lo acompañé con una deliciosa porción de cheese cake de frutillas y de paso compré chocolates para regalar a mi familia. Volví al hotel temprano para poder descansar después de un día de tanta caminata.  Para el día siguiente tenía contratada otra excursión con Leo: esta vez íbamos a los lagos Fagnano y Escondido. 



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02 febrero 2014

Crónica de un viaje por la Patagonia Argentina 2/11: Ushuaia y el Beagle

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Un martes de principios de marzo de 2011, cerca de las doce del mediodía, llegué a Ushuaia. Solamente al ver desde el avión la silueta de la isla y luego, al divisar la ciudad, no podía creer la belleza del paisaje. Pasé todo el día en ese estado de encantamiento y asombro permanente al sentir que estaba inmersa en una postal que desde chica había visto a la distancia y tanto me había maravillado. El taxista que me llevó hasta el hotel, un mendocino que hacía veinte años se había mudado a Ushuaia, me contó un poquito sobre algunos lugares que pasamos: el barrio militar cerca del aeropuerto con algunas de las casitas más viejas de la zona y que se conservan tal como eran cuando las construyeron. 


Vista de la ciudad

El alojamiento que reservé por mail era la Hostería Chalp, ubicada un poco alejada del centro, pero igualmente era accesible a pie. La elegí porque las tarifas eran bastante más bajas que en los hoteles del centro y, sobre todo, porque no estaba dispuesta a compartir el baño, lo que me hubiera abaratado considerablemente los costos de alojamiento. La hostería estaba bien, pero no tanto como lo anunciaban. De hecho, no la recomendaría ni volvería a alojarme allí. Había ciertos detalles de limpieza que pasaban por alto, se veía basura acumulada en el patio trasero, el baño perdía y la ducha era increíblemente pequeña lo que me obligaba a hacer piruetas para bañarme. Igual, me atendieron muy amablemente y me dejaron comer en el cuarto (me ofrecieron vajilla en el caso de que la necesitara). Esto fue buenísimo para ahorrarme unos cuantos pesos a la hora de la comida. La hija de la dueña se encargó de contratarme las excursiones, lo cual estuvo muy bueno porque también ahorré el tiempo de salir a recorrer agencias y comparar precios y recorridos.

Catamaranes en el muelle de Ushuaia
Cuando llegué, lo primero que hice, aprovechando el buen tiempo, fue contratar la excursión por el Canal de Beagle con minitrekking en las Islas Bridges. La salida de los  barcos depende del clima, así que frecuentemente los tours se suspenden y reprograman para cuando las condiciones lo permitan, por lo que conviene hacerla ni bien se llega, sobre todo si uno no se va a quedar muchos días.  Era la una cuando arreglé para tomar la excursión y a las tres tenía que estar en el puerto, así que salí caminando para encontrar un lugar para almorzar. Comí un sándwich muy rico en “Banana” un bar en la calle San Martín, con precios razonables y muy buena atención. Desde allí caminé dos o tres cuadras hasta el muelle turístico donde estaba el stand de Canoero, la agencia que había contratado para recorrer el Canal.  Después de los trámites previos al embarque, el catamarán “Elisabetta” partió puntualmente. Los pasajeros eran en su amplia mayoría turistas extranjeros: brasileños, italianos, mexicanos, franceses, ingleses, japoneses… y muy pocos argentinos, así que la guía se dedicó a los extranjeros y no prestó demasiada atención a los locales.

El catamarán durante la parada en la Isla Reynolds

El relato fue casi predominantemente en inglés, pero ni eso, ni los niños gritando ni los brasileros que no escuchaban a nadie, lograron opacar un paseo tan hermoso. Con una magnífica vista de la ciudad y del cordón montañoso que la rodea, fuimos dejando la bahía de Ushuaia para llegar al Canal de Beagle a través del Paso Chico. Lentamente dimos una vuelta alrededor de la Isla de los Pájaros habitada por cormoranes, skúas, cauquenes, albatros y otros ejemplares típicos de la zona. Pasamos luego por la Isla de los Lobos, habitada casi exclusivamente por lobos marinos de uno y dos pelos a los que se les suma una colonia de cormoranes. Un rato después llegamos a Puerto Karelo en el archipiélago Bridges donde descendimos en la Isla Reynolds para una breve caminata, un poco exageradamente anunciada como “trekking” en el folleto de la agencia. La superficie de la isla es rocosa, salpicada por una vegetación rala y chata. Allí apreciamos los concheros yámanas que quedaron como rastros de la presencia de antiguos pobladores originarios. En cierto momento la guía nos señaló que estábamos parados en el medio del Canal del Beagle: a la izquierda, el Pacífico y a la derecha, el Atlántico. Luego seguimos navegando hacia el Faro Les Eclarieurs” (Los Iluminados) que resulta conmovedor con su solitaria presencia en medio de esas aguas salvajes. Este es el faro que suele ser confundido con el del Fin del Mundo, pero los guías se encargan de aclarar en repetidas oportunidades que el del Fin del Mundo es el que está en la Isla de los Estados y no es este. A las seis estuvimos de vuelta en el puerto de Ushuaia. 


El faro Les Eclarieurs

El resto de la tarde lo aproveché para caminar por San Martín, la calle principal del centro de la ciudad. Me habían contado que había dos free shops donde se podían conseguir artículos electrónicos y perfumes. Pero tenían muy poca mercadería así que me fui sin llevar nada. Incluso llegué a ver artículos al mismo precio que los vendían en Buenos Aires.

Las artesanías que encontré en los negocios de San Martín son las mismas que se le pueden comprar a cualquier “artesano” a lo largo de todo el país. En este caso están recicladas con el rótulo de “Ushuaia”, pero también podrían decir “La Quiaca”, “San Luis” o “Buenos Aires”. Dicho sea de paso, también pueden encontrarse estampas tangueras o “Recuerdos de Bariloche” en cualquier “gift shop” de la ciudad. Los precios son altísimos hasta para los turistas europeos. Más tarde compré provisiones para la cena y volví al hotel para descansar ya que el siguiente también sería un día intenso. 


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