20 diciembre 2013

Crónica de un viaje al NOA 10/10: Tilcara y final


Llegué a Tilcara desde Uquía, en un colectivo de la Evelia que pasó por la ruta a media mañana. En la estación tomé un taxi al hotel que tenía reservado: "Casa Tunas". 

El hotel está en la calle Padilla, que es la calle que sale directo a la ruta hacia el Pucará. Aunque no está en el "centro", la ubicación es bastante buena para orientarse fácilmente y acceder rápido a los principales atractivos del pueblo. 

Si bien el hotel es agradable y limpio, la atención es un tanto desconcertante. Tuve la suerte de que cuando llegué estaba la señora encargada de la limpieza, que fue quien me dio las llaves de la habitación. Luego de que ella se fue, no vino nadie más hasta que ella misma volvió a la mañana del día siguiente. La idea del lugar es la de ser una "casa" donde los huéspedes se alojan y se sirven de las instalaciones comunes como si estuvieran en sus hogares. Hay una cocina muy cómoda y un comedor grande con elementos para preparar la comida y comer tranquilamente. El problema es que no me habían dicho dónde estaban las cosas, qué podía usar y qué no y no tenía a quién preguntarle porque ni siquiera podía usar el teléfono. A la tardecita se desató una tormenta muy fuerte, se cortó la luz, estaba todo oscuro, yo estaba sola y no encontraba las velas por ningún lado. Por suerte el corte duró poco, pero la experiencia me bastó para saber que no le iba a recomendar el lugar a nadie.  

A la hora de la cena llegaron los otros dos huéspedes alojados en la casa: Violeta y Marcelo, también de Buenos Aires. Ellos habían pasado el día viajando hasta La Quiaca y Villazón y se iban a quedar un par de días más para luego pasar el final de las vacaciones en Salta. 

Con los chicos nos quedamos charlando hasta tarde sobre nuestras respectivas experiencias de viaje por el Norte durante esos días. Fue muy lindo poder compartir sentimientos y visiones comunes de situaciones que habíamos vivido en aquellos lugares. Fue una especie de catarsis que hicimos sobre cosas que nos habían pasado y que todavía estábamos procesando para poder entenderlas, razonarlas si era posible, para luego poder contarlas.  

Por lo demás, mi estadía en Tilcara fue un tanto accidentada. El pueblo me desilusionó bastante desde mi visita anterior. Lo vi deslucido, aburrido, convertido en un montón de puestos de atracciones turísticas que, de seguir proliferando, lo único que van a conseguir es ahuyentar a los visitantes. Me habían comentado que Tilcara ya no era la misma, pero no lo creí hasta que lo vi con mis propios ojos... 

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Pucará de Tilcara
A la tarde temprano, subí al Pucará. Llegué a la hora que el parque abría, así que los grupos de turistas ruidosos todavía no habían llegado. Pude recorrerlo en silencio, respirando hondo, absorbiendo la energía de la Madre Tierra y contemplando desde la cumbre la descomunal vista de la Quebrada que, creo, debe de ser la más impresionante que exista. 

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Llama en el zoo del Pucará
El Pucará y una recorrida por las calles fueron las únicas salidas que hice en Tilcara. Decidí adelantar la vuelta a Salta Capital porque en esos días había cortes de rutas que se sumaban a las demoras de las inspecciones de Gendarmería, por lo que los viajes se estaban retrasando hasta varias horas más de lo normal. Como no quería ni pensar en arriesgarme a perder el vuelo de vuelta a Buenos Aires, el jueves al mediodía tomé un micro de Balut hacia Salta Capital que, afortunadamente, solo llegó una hora más tarde de lo previsto.

La tarde del jueves y la mañana del viernes en Salta fueron totalmente olvidables: algo que comí, el agua, la altura o todo junto, me había hecho mal y pasé todo ese tiempo en cama, mirando la tele, armando la valija, hablando por teléfono y terminando de escribir este diario para contarles mi viaje a ustedes.


19 diciembre 2013

Crónica de un viaje al NOA 9/10: Coctaca y Hornocal


Cuando estaba en Humahuaca pasé por la agencia Ser Andino,  una de las dos o tres que allí funcionan. No tenían ninguna excursión planificada para esos días, ya que había muy pocos turistas, con lo que quedé un poco desilusionada. La dueña de la agencia, que casualmente es la hija de los dueños del Hostal de Uquía, me dio un folleto donde figuraba una serie de excursiones a lugares que yo ni siquiera sabía que existían.

Un par de días después, me llamó a Uquía para avisarme que al día siguiente saldría una excursión de medio día a "Coctaca y Hornocal". "Y, bueno", dije yo, sin estar muy convencida, pero solo para no quedarme todo el día sin descubrir un lugar nuevo. Entonces, don Raúl me contó de qué se trataba. 

Las ruinas de Coctaca se hallan a nueve kilómetros de Humahuaca y son los restos de un emprendimiento agrícola que los aborígenes de la zona desarrollaron en tiempos prehispánicos. Se calcula que allí trabajaron miles de personas y la cantidad de alimento que se producía excedía ampliamente las necesidades de los habitantes de la región. El lugar fue abandonado debido a un fuerte cambio climático que afectó los cultivos. Hoy solo sobreviven los restos de los enormes andenes de cultivo y de alguna otra construcción. 
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Ruinas de Coctaca

Recorrimos Coctaca con Juan Pablo, el guía de Ser Andino en su vieja camioneta Ford, y una pareja muy joven de Buenos Aires.  

Las ruinas impactan por su extensión y, al verlas, es fácil imaginarse el trabajo que se generaba en la región y la complejidad con que la construcción fue concebida. 

En el camino nos acompañó Santiago, un nene de Coctaca. Como todos los chicos de esta región, al principio nos costaba hacerlo hablar, pero después de unos cuantos caramelos, empezó a caminar a mi lado y a contarme sobre el lugar donde vive y cómo es su vida. Tiene nueve años, es hincha de Boca y de Riquelme, va a cuarto grado, no le gusta la maestra que le tocó este año y en esos días no tenía clases porque los docentes estaban de paro. Que tiene ovejas, cabras, un carnero malo que un día tiró al piso a la hermana, un perro que se llama Coco y que cuando sea grande quiere ser guía para llevar a la gente a conocer su pueblo.  

Después de despedirnos de Santiago y de sus primos en la entrada de la pequeña iglesia de Coctaca, seguimos viaje hacia el Este hasta llegar a la Serranía del Hornocal.

Escondida tras una intrincada vuelta por caminos de montaña, encontramos la magnífica vista de unas montañas multicolores que se recortaban imponentes en el paisaje. Tomamos muchas fotos, pasamos mucho frío y el viento nos hacía tambalear, así que pronto subimos a la camioneta y lentamente emprendimos el camino de regreso a Humahuaca, donde arribamos al mediodía.


18 diciembre 2013

Crónica de un viaje al NOA 8/10: Uquía


El lunes al mediodía me fui para Uquía. 

Uquía es un pueblo chiquito y pintoresco que está diez kilómetros al sur de Humahuaca, pegado a la ruta 9. Se puede ir en colectivo desde Humahuaca: el Vallisto o la Evelia tienen varias frecuencias durante el día, o si no, también por quince pesos se puede tomar un remise. No hay terminal de micros ni remises locales, dato que hay que tener en cuenta para movilizarse. Los micros se toman en Humahuaca y los remises también hay que llamarlos con tiempo para que vengan desde allí. 

La calma que reina en Uquía invita a quedarse a descansar un tiempo y a desenchufarse de la locura de la ciudad, en un pequeño paraíso donde apenas llega la señal del celular y no hay internet.  

Me alojé en el Hostal de Uquía, que era uno de los pocos alojamientos allí disponibles, si no el único. Atendido cálidamente por sus dueños, Silvia y Raúl Briones, en el Hostal uno se siente como en casa. Los días en los que estuve, el lugar estaba en reparaciones y muy pocas habitaciones estaban disponibles. Me alojé en un cuarto triple, gigante, para mí sola. Era la única huésped del hotel y, si no me equivoco, la única turista en el pueblo durante esos días. 

De Uquía me fascinó la iglesia. Junto con la de Yavi, es de las más bellas de la Quebrada, superando ampliamente a las de Tilcara y Humahuaca. Data del siglo XVII y su altar está laminado en oro. En las gruesas paredes de adobe cuelgan los nueve enormes cuadros de los ángeles arcabuceros de la escuela del Cuzco, magníficamente conservados y restaurados, que vigilan a fieles y visitantes con ánimo amenazante.  
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Uquía

Para los que les gusten los objetos de cerámica, en Uquía se consiguen trabajos de gran calidad por muy buenos precios. Las artesanías también se pueden comprar a mejores precios que en otros lugares de la Quebrada.  

Los paseos por las vacías calles del pueblo fueron casi mi actividad principal durante ese par de días. Aproveché una tarde de lluvia intensa para descansar mi cuerpo y mi espíritu; el efecto se hizo notar enseguida. 

Extraño todavía los desayunos con dulce de papaya y torta de manzanas, la deliciosa comida casera que me preparaba la dueña del Hostal y las charlas a la hora de la cena con don Raúl, cuando me contaba historias del lugar con las cuales aprendí tanto. 

Me costó dejar Uquía. Quizás algún día me vuelva a dar una vuelta por allí...


Crónica de un viaje al NOA 7/10: Iruya


El domingo a la mañana me levanté temprano y fui a la terminal de ómnibus de Humahuaca para tomar el colectivo a Iruya. Era un día fresco, pero de sol radiante y la ausencia de lluvias en la zona durante más de una semana auguraba que tendríamos un viaje luminoso.

En la terminal tomé  un colectivo de "El Panamericano”. Al comprar el boleto  me aseguraron que iban a llegar hasta el pueblo sin problemas. Debido a las lluvias de las semanas anteriores que originaron la crecida de los ríos de montaña, los caminos habían estado cortados y eso había hecho imposible el tránsito normal hacia ese destino durante varios días.

Afortunadamente, ese domingo no tuvimos inconvenientes y a las 9.00 de la mañana el colectivo partió con rumbo a Iruya, lleno de mochileros, turistas gasoleros y apenas un par de lugareños. Esos colectivos destartalados que van y vienen varias veces al día conectando a Iruya y a otros parajes y pueblitos intermedios con Humahuaca, son el mejor medio para recorrer ese camino. Los conductores tienen gran experiencia cubriendo esa ruta, lo cual es importantísimo dada la complejidad que posee.

La primera parada que hicimos fue en Iturbe, un pueblo pequeño construido alrededor de una antigua estación de tren abandonada. Casi todas las construcciones que había alrededor estaban también vacías y abandonadas. Daba la sensación de haber llegado a un lugar que se había detenido en el tiempo. En la vieja estación hay unos puestos donde unos artesanos venden sus productos, y una especie de kiosco donde se puede comprar provisiones para seguir el viaje. Luego de sacar unas cuantas fotos, subimos de vuelta al micro y el viaje continuó. 

A partir de entonces, el camino comenzó a mostrarse cada vez más intrincado y de una belleza sobrecogedora, imposible de describir. Cruzamos ríos de piedras y barro que hacían tambalear al micro, subimos por caminos de tierra, montaña arriba, bordeando precipicios, doblando por curvas cerradísimas frente a enormes paredes de piedra. Pasamos el límite interprovincial para ingresar a Salta, subimos hasta los 4.000 metros para luego descender lentamente en zigzag por la falta de una montaña y emprender el tramo final, cruzar el último río y empezar a divisar, allá a lo lejos, la pequeña cúpula celeste brillante de la iglesia de Iruya. Los micros llegan hasta unos 300 metros antes del comienzo del pueblo. Se estacionan en una curva de la montaña para, un rato más tarde, emprender el camino de vuelta a Humahuaca, si el clima así lo permite.


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Iglesia de Iruya
Después de dos horas y media de viaje, la iglesia de Iruya en un recodo del camino, parece un regalo de Dios al viajero. Que Iruya es un pueblo colgado de una montaña, no es una metáfora de los folletos de las agencias de viajes. Es una descripción exacta de la realidad. El pueblo es diminuto y a la hora que llegué, casi todos sus habitantes estaban en misa de 11, colmando la iglesia. Me quedé un ratito entre ellos, tratando de captar todas las imágenes en mi retina, para armar lentamente un panorama de cómo transcurre la vida allí. Luego salí a recorrer las empinadas callecitas. En menos de media hora había recorrido Iruya. Como mi espíritu de aventura seguía sin aparecer, no quise cruzar el río para ir a La Banda, que es la otra parte del pueblo en la montaña de enfrente. Tampoco subí al Mirador. Si no se puede o, como en mi caso, se es demasiado vago para hacer trekking a San Isidro, subir por la montaña o cruzar el río, son muy pocas las actividades que se pueden hacer en Iruya, más allá de contemplar el paisaje. Por eso me decepcionó un poco ver que hay tantos cables y antenas cruzando de un lado a otro de las montañas. Obstruyen el paisaje de una forma grosera y opacan el encanto del pueblito de montaña detenido en el tiempo.

Luego de almorzar en la Hostería Federico III unas empanadas que prefiero olvidar, di unas cuantas vueltas por las calles, charlé un poco con otros viajeros y gente del lugar y volví a Humahuaca en el micro que salía a las dos de la tarde. La vuelta fue igualmente bella e impresionante. Creo sinceramente que el camino es lo más fascinante de esta excursión. El que quiera ir a Iruya, que se tome un colectivo y viva la experiencia de recorrer esa ruta, más allá de lo que se va a ver en el destino final.

Estuve de vuelta en Humahuaca a las cinco de la tarde, deslumbrada por haber descubierto esos sensacionales paisajes.


17 diciembre 2013

Crónica de un viaje al NOA 6/10: Humahuaca


El viaje a Humahuaca fue largo. A las siete de la mañana tomé el micro de Balut en la terminal de Salta y viajé cómodamente hasta San Salvador de Jujuy. Pero una vez allí, quedó detenido en un taller durante casi una hora sin que supiéramos qué estaba pasando. En algún momento volvió a la ruta y, luego de algunas paradas intermedias, llegué a Humahuaca. Desde la terminal tomé un taxi hasta el hotel que había reservado: El Portillo. Como la reserva la había hecho por internet, no sabía con qué me iba a encontrar exactamente, pero, como hasta entonces no me había ido mal con ese método, confiaba en la buena fe de los anunciantes. 

Hice muy mal. Porque cuando vi el cuarto donde me alojaría, me dieron ganas de salir corriendo. Era realmente horrible: oscuro, sucio, maloliente, había mucho ruido... Creo que lo que más me enojó fue que era exactamente todo lo opuesto que uno pudiera imaginar al sommier con sábanas blancas, las paredes inmaculadas y la decoración estilo campo que se veía en la foto de la web. Decidí buscar un lugar mejor, que al menos tuviera luz en el baño y sábanas limpias, así que salí a dar una vuelta a ver qué encontraba. Lo barato me salió caro esta vez, porque no me devolvieron la seña. Y costó un poco encontrar otro lugar, porque en general los alojamientos baratos están bastante descuidados y sucios. Yo quería un cuarto limpio y sencillo, pero parecía que no era fácil encontrar algo así... Entré en un par de lugares que recordaba haber visto en internet, pero que en la "vida real" eran muy distintos de lo que aparecía en las fotos. Por fin, terminé alojándome en la hostería El Solar de la Quebrada que es de lo mejor que hay en el pueblo. El lugar es cálido, super limpio, cómodo y está encantadoramente atendido por Paula, Noemí y Susana, la dueña de la hostería. Allí me quedé durante las dos noches que estuve en Humahuaca. 

La de Humahuaca es una sociedad donde es necesario observar y dejarse observar para empezar a descubrir la complejidad de su entramado a medida que transcurre mansamente el tiempo. 

Un poco forzada por el hecho de haber encontrado todos los museos cerrados y los principales atractivos turísticos poco atrayentes, ya que exigían largas caminatas en terrenos montañosos, me encontré dando vueltas por calles laterales, yendo al mercado, a la iglesia, al banco, escuchando conversaciones que desnudaban realidades sociales dramáticas, hablando con gente del lugar y fui enterándome de un montón de cosas y sintiendo el clima hostil con que los visitantes son vistos, más allá del modo seco pero amable con que la gente te trata cuando te dirigís a ellos, pero que te hacen sentir como un intruso en esa sociedad. Hablaba de estas sensaciones con unos chicos que conocí unos días después y ellos también habían percibido lo mismo. Algo que no se puede terminar de describir, pero que te hace sentir que no uno no pertenece a ese lugar. Me animo a pensar que quizás sea lo mismo que deben de sentir ellos cuando vienen a Buenos Aires y son los "distintos". Ahí nos toca sentirlo a nosotros.  

Una recorrida por la feria el lunes a la mañana donde se comercian los productos entre la gente de la zona, el banco atestado de público donde se cobran las pensiones y los planes sociales, la iglesia el domingo en la misa de siete, me enseñaron más sobre Humahuaca y sobre la realidad del interior de la Argentina que cualquier museo o folleto turístico que se pueda visitar, leer o bajar de internet. Los ojos del chico que fue a golpear la puerta del hotel para pedir trabajo, expresaban más profundamente la desesperanza de esa situación que cualquier tratado sobre la pobreza en el Tercer Mundo que se haya podido escribir. Pero quizás lo que más nos llama la atención a los que vivimos en ciudades grandes, es el hecho de que, a pesar de que muchas veces la gente no tiene para comer, ahí nadie roba nada. No hace falta cerrar la puerta con llave, llevar el bolso aferrado o mirar para todos lados a la salida del cajero automático. Esos son más bien rasgos de paranoia urbana, que quedan totalmente fuera de lugar en medio de la paz quebradeña. En Humahuaca la pobreza no es sinónimo de delincuencia. Es más bien sinónimo del imperdonable olvido.


14 diciembre 2013

Crónica de un viaje al NOA 5/10: San Antonio de los Cobres – Viaducto de la Polvorilla

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Luego de un día de descanso en la ciudad, decidí tomar la otra excursión que tenía pendiente en mi lista de viaje: San Antonio de los Cobres y, si el clima lo permitía, el Viaducto de la Polvorilla. 

Esta vez contraté los servicios de la agencia Del Peregrino, una de las pocas que ofrecía la excursión por esos días, dado lo incierto del clima y la merma de turistas, ya que era temporada baja. También me resultó super recomendable por la seriedad y responsabilidad con que se manejaron. 

El jueves de la excursión, bien temprano, pasó a buscarme por el hotel Don Chicho Bonaparte con su camioneta. Mis tres jóvenes compañeros de viaje eran una parejita de Belgrano y una chica de Almagro que también viajaba por su cuenta.  Ese día también había amanecido lluvioso, pero apenas dejamos atrás la ciudad y sus alrededores, el clima cambió radicalmente y el sol se adueñó desde entonces del paisaje. 

La idea que rige esta excursión es la de recorrer en forma paralela el camino del Tren a las Nubes, que en esta época del año no funciona. Se hacen varias paradas a lo largo del trayecto para poder observar distintos aspectos del trazado del circuito férreo y tomar fotografías de los paisajes. Si se viaja en el Tren, es imposible detenerse en estos lugares. 

La primera parada fue en Campo Quijano, donde vimos la primera locomotora que hizo el recorrido del Tren. Más adelante nos detuvimos en el primero de los viaductos que aparecen en el trazado y caminamos por las vías para verlo en detalle y tomarnos más fotos. El primer pueblo al que arribamos a media mañana fue Santa Rosa de Tastil. Allí un grupo de artesanos del lugar ofrece sus artículos a los visitantes. Es un pueblo chiquito y muy pobre. La gente agradece a los turistas que les compren algo, ya que para muchos esa es la única forma de procurarse un ingreso digno para vivir. 

Luego de visitar Santa Rosa, seguimos directo hasta el Viaducto de la Polvorilla. Fue una suerte que pudiéramos llegar ya que, debido al clima, hasta el día anterior el camino había estado intransitable y muy pocos vehículos podían pasar. El Viaducto, imponente obra del ingenio del hombre, se yergue a 4200 de altura. Y la altura, se siente en el cuerpo... Nos falta el aire, nos duele la cabeza, tenemos sueño... Sacamos las mejores fotos que nos permiten nuestras cámaras y pegamos la vuelta. Ese es el último punto al que llega el viaje del Tren y desde allí empieza a volver. Nosotros fuimos para San Antonio de los Cobres, donde planeábamos almorzar. 

Ni bien bajamos de la camioneta al llegar a San Antonio, una nube de vendedoras de artesanías nos rodeó y nos seguían a todas partes pidiéndonos que les compráramos algo de lo que tenían para ofrecer. A veces, se alejaban protestando si no les comprábamos. Otras veces nos regalaban "piedritas energéticas" para la buena suerte. Tanto yo como una de las chicas que venía en el tour compramos algunas cositas porque nos daba mucha pena que nos pidieran con tanta insistencia. San Antonio de los Cobres es uno de los pueblos más pobres de la Argentina. Al llegar, se tiene la sensación de haber entrado en un pueblo semivacío, en construcción todavía. La iglesia no está terminada y no existe ningún elemento arquitectónico que caracterice al lugar, salvo la estación del Tren a las Nubes. La población masculina trabaja casi en su totalidad en las minas y suelen pasar mucho tiempo allí antes de regresar a sus hogares. Las mujeres se quedan en el pueblo con los chicos y se dedican a vender tejidos de lana de llama y adornitos a los turistas. En la zona se extrae piedra pómez y con ese material tallan pequeñas iglesias o casitas para vender a los visitantes como recuerdos. Después de almorzar unas empanadas riquísimas en un comedor cuyo nombre, lamentablemente, no recuerdo, dimos unas vueltas por el pueblo, mientras el fuerte viento levantaba el polvo de las calles y teñía todo de gris. Subimos a la camioneta y por un rato largo nos costó despegarnos de las caritas tristes y sucias de los chiquitos de San Antonio. 

Un rato después, llegamos a las ruinas de Santa Rosa de Tastil, un sitio arqueológico situado en las afueras del pueblito homónimo que habíamos visitado durante la mañana. Caminamos un poco entre las ruinas del asentamiento, pero el cansancio y los síntomas del apunamiento que todavía sentía, hicieron que mi paseo fuera breve y volviera rápido a refugiarme en la camioneta. 

El resto del viaje de vuelta lo pasamos dormitando de a ratos, parando algunas veces para ver mejor el Nevado del Acay, sentir en la cara el aguanieve que caía en medio de la puna, descubrir una cascada escondida al costado de una montaña verde y guardando en la memoria miles de imágenes imposibles de poner en palabras.

Llegamos a la ciudad de Salta alrededor de las seis y media de la tarde, luego de haber realizado un paseo intenso e inolvidable. Esa noche me fui a dormir temprano. A las siete de la mañana partía el ómnibus para mi siguiente destino: Humahuaca.

13 diciembre 2013

Crónica de un viaje al NOA 4/10: algunas cosas para tener en cuenta

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En general, todas las agencias de viajes hacen los mismos recorridos, solo varían los lugares donde se detienen para comer o donde se hacen las "paradas técnicas". Los precios son más o menos los mismos en todos lados y pueden modificarse un poco según los descuentos que cada una ofrezca por pago adelantado o en efectivo. 

Los tours que duran todo el día salen de 7 a 7.30 de la mañana y están de vuelta en la ciudad después de las seis de la tarde. Lo que aprendí a tener en cuenta es que cuando se viaja en temporada de lluvias (o sea, durante todo el verano), hay que hacer caso de la opinión de los lugareños sobre la conveniencia o no de tomar ciertas excursiones o de aventurarse por cuenta propia por algunos lugares. Ellos son quienes mejor conocen el clima y la geografía de la región y sus consejos son sabios y siempre acertados. Es muy importante viajar con choferes locales y con experiencia, ya que los caminos del noroeste argentino son complejos, riesgosos y, en gran parte, sumamente precarios. Quizás a veces es mejor resignar una excursión a determinado lugar cuando se está con poco tiempo, ya que se corren riesgos de pasar por situaciones que pueden terminar arruinando el viaje. 

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Crónica de un viaje al NOA 3/10: Cachi

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La primera excursión que tomé fue a Cachi. Contraté los servicios de la agencia Ferroturismo, que resultaron ser muy eficientes y recomendables. Estuve buscando precios de excursiones en Salta, pero seguí el consejo de no contratar nada de antemano, lo cual fue muy acertado ya que igual conseguí un descuento bastante importante por pagar en efectivo.  

A la mañana, bien temprano, Diego, el guía, me pasó a buscar por el hotel en una camioneta Kangoo. Mis compañeros de viaje eran un matrimonio de alemanes, muy simpáticos, pero que hablaban muy poco castellano y algo más de inglés, así que nos entendíamos en una mezcla rara de idiomas. 

El camino a Cachi fue bastante sorprendente. No solo por la belleza del paisaje, sino porque fuimos en un día lluvioso y tuvimos un par de situaciones imprevistas en la ruta que fueron hábilmente sorteados por nuestro guía, que no permitió que se nos opacara el paseo. La Quebrada del Escoipe y el cruce de El Infiernillo nos depararon la sorpresa más complicada de ese día. El río estaba crecido a causa de las intensas lluvias de los días anteriores y algunos vehículos debían ser remolcados para poder seguir el camino. Tuvimos que hacer una larga fila para tratar de cruzar el río, hasta que pudimos pasar sin que se nos quedara la camioneta. Los que estaban detrás de nosotros no fueron tan afortunados y el camino volvió a quedar cerrado durante algunas horas.    

Luego de una parada en El Maray para tomar un café y sacar fotos, llegamos a la Cuesta del Obispo. Si bien este tramo del camino es famoso por las vistas que se aprecian, ese día solamente podíamos ver unos pocos metros delante de nosotros y casi nada hacia los costados, debido a la densa niebla que cubría todo. Nunca vi el Valle Encantado ni ninguno de los paisajes que había visto fotografiados en internet. Así que solo puedo decir que fue un camino arduo y que quería que termináramos de dar vueltas cuanto antes.

Luego de pasar por la Piedra del Molino y de un abrupto cambio de clima, comenzó el Parque Nacional Los Cardones con la Recta del Tin Tin, impactante por su longitud y su exactitud geométrica. La aridez del paisaje puneño ya se experimentaba en toda esa región. Más adelante, antes de llegar a Cachi, estaba Payogasta, un pueblo pequeño con un paisaje bellísimo, donde solamente los tours paran si se quiere ir al almorzar, ya que dicen que se come mejor y más barato que en Cachi. 

Pero nosotros seguimos directamente hasta Cachi. Como el lugar adonde íbamos a almorzar estaba cerrado, Diego nos llevó a conocer un restaurante que se había reinaugurado hacía poco, en un parque temático cultural llamado Todo lo Nuestro. En el restaurante se sirven sabrosos platos regionales por un precio fijo incluido en la entrada. El circuito incluye una visita guiada por el Parque donde se recrean las costumbres y formas de vida de los antiguos habitantes de la región. Es muy interesante ver a través de las reconstrucciones cómo evolucionaron  las viviendas, desde los primeros restos hallados por los arqueólogos hasta la época colonial, y entender por qué se construían de determinada manera. El Parque es un emprendimiento de un grupo de habitantes de Cachi con el fin de difundir y hacer comprender el valor de la cultura aborígen de la zona. Fue hecho con mucho esfuerzo y también con mucho amor. Esta gente realiza, además, una serie de acciones sociales benéficas que buscan alejar a los adolescentes del alcohol y las drogas, organizando reuniones bailables para jóvenes dentro del restaurante, donde pueden divertirse en un ambiente familiar donde, por supuesto, no se permite el consumo de alcohol o drogas. También nos comentaron que ayudan a escuelas de la zona y a personas que necesitan sillas de ruedas a través de la colecta de materiales plásticos que luego canjean por sillas.  

El resto del tiempo que permanecimos en Cachi, lo dedicamos a recorrer las callecitas y a tomar fotografías. Es interesante el Museo Arqueológico "Pío Pablo Díaz" con sus momias conservadas casi sin necesidad de cuidados especiales gracias al clima del lugar. Hay varios puestos y locales de ventas de artesanías. Y también me pareció adorable la pequeña iglesia que caracteriza al pueblo. 

La vuelta a Salta fue menos complicada y, gracias a que la lluvia y la niebla habían disminuido, pudimos ver algunos de los lugares que antes habían estado ocultos. 

Llegamos a la ciudad cerca de las siete de la tarde, felices por haber pasado un día tan agradable.

12 diciembre 2013

Crónica de un viaje al NOA 2/10: Salta Capital

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Mis vacaciones empezaron un lunes de marzo al mediodía, cuando despegó el avión de Austral que me llevaría a Salta. El avión iba lleno de pasajeros franceses; tantos, que en algún momento me pareció que era la única argentina que estaba allí! Después de un tranquilo viaje de dos horas, llegamos al aeropuerto de la ciudad de Salta. Estaba lloviendo, como lo suponía, después de haber atravesado la barrera de nubes y de haber escuchado los reportes meteorológicos de los días previos.  

Ciudad de Salta
Desde el aeropuerto, tomé un taxi hasta el hotel que había reservado por internet. El Apart Hotel Ilusión, en el barrio El Portezuelo Norte, me sorprendió gratamente. Es un hotel sencillo, limpio y cómodo, con la modalidad de "departamento equipado con servicio de mucama". Allí tenía a mi disposición una habitación amplia con televisión por cable, aire acondicionado, kitchinette y un baño cómodo. No está previsto el desayuno, pero hay comodidad suficiente como para prepararlo. Allí estuve alojada durante los cinco días que permanecí en la ciudad y debo decir que no tuve ninguna queja respecto del servicio.  

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Cabildo de Salta
Esa semana que estuve en Salta me dediqué a conocer un poco más la ciudad que tanto me había gustado en mi primer viaje. Volví a recorrer las calles del centro, el Cabildo, la Catedral, la Iglesia de San Francisco y algunos lugares a los que no había tenido tiempo de ir antes como el Museo de la Ciudad "Casa de Hernández" y la Casa de Arias Rengel, donde funciona el Museo de Bellas Artes. Este último me parece un lugar imperdible: se exponen obras de artistas salteños, principalmente, aunque también hay artistas del resto del país. El día que lo visité, había una exposición muy interesante de arte tribal africano en conjunción con obras del plástico argentino Eduardo Mac Entyre sobre la misma temática.  

Otro lugar que visité fue el Museo "Pajarito Velarde", dedicado a recordar la obra de mecenazgo que Velarde desarrolló en favor de músicos de folklore y otros artistas argentinos. La casa está llena de recuerdos de los personajes que por allí pasaron y es interesante escuchar algunas anécdotas que sucedieron en ese lugar, pero la visita guiada obligatoria resulta un poco larga, ya que se extiende por casi tres cuartos de hora (o más! creo que perdí la cuenta del tiempo...), lo cual es demasiado por tratarse de un museo tan pequeño. Si se dispone de poco tiempo para estar en la ciudad, lo mejor es evitarla.  

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Frente a la Plaza 9 de Julio
Me encantaron los locales de diseño que están en los alrededores de la Plaza 9 de Julio. Ofrecen objetos y textiles muy originales en los que incorporan elementos propios de la cultura de la región. Pero casi todo era demasiado caro para mi presupuesto y (¡por suerte!) en el que más me gustaba no aceptaban tarjetas de crédito... 

Uno de mis hallazgos de este viaje fue el Mercado de venta minorista que está en la peatonal Florida y Avda. San Martín. Es un edificio antiguo donde acude la gente de la ciudad para hacer las compras de todos los días. Lo que más me gustó fue que allí descubrí variedades de alimentos y otros artículos que son propios del Norte argentino y que casi no tenemos oportunidad de verlos o de consumirlos en otras regiones del país. También se puede almorzar, cenar o comprar comida para llevarse, todo muy rico y por precios módicos.  



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Vista desde el Cerro San Bernardo
Dediqué una mañana a visitar el cerro San Bernardo, subiendo con el teleférico. El paseo es muy entretenido, sobre todo si se tiene la suerte de ir en un día soleado, ya que se aprecia una vista espectacular de la ciudad y de los cerros que la rodean. En el cerro hay un restaurante, bancos como para quedarse a descansar y apreciar el paisaje, y unos poquitos puestos de venta de artesanías y souvenirs para turistas. 


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Plaza San Martín

Cuando bajé del cerro fui a almorzar al que se convirtió en mi restaurante favorito de la provincia: Doña Salta, justo frente a la iglesia de San Francisco. Espectaculares los platos regionales, de lo mejor que se puede encontrar en la zona. Imperdibles las empanadas y la humita en chala, pero también son exquisitos otros platos menos "folklóricos" como las pastas caseras. Los precios son razonables y la atención sumamente cordial. 

La tarde de ese día la dediqué a visitar el altar de la Virgen del Cerro, en el residencial barrio de Tres Cerritos. La subida al cerro es bastante exigente, por lo que decidí tomar un remise para subir por el tramo habilitado para los autos, ya que el calor a esa temprana hora de la tarde era implacable. El coche me acercó hasta donde está permitido y desde allí seguí ascendiendo por el camino de tierra marcado para los peregrinos. Para quienes no quieran o no puedan hacer toda la subida al cerro a pie, se puede arreglar con el chofer para que espere en la explanada durante el tiempo que se quiera estar allí y luego llevar a la persona de vuelta. El lugar es bellísimo y emana una paz sobrecogedora. Tuve el extraño privilegio de estar sola durante unos cuantos minutos en la ermita donde se venera a la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús, y la experiencia me conmovió profundamente. El resto de la tarde lo dediqué a descansar y a prepararme para las excursiones que vendrían.  

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Crónica de un viaje al NOA 1/10: Salta y Jujuy

Este diario lo publiqué originalmente en la web de Viajeros.com en el año 2009. Es el relato de mi segundo viaje por Salta y Jujuy en el que pasé doce días recorriendo los lugares a los que no había podido llegar en mi primer viaje y deteniéndome un poco más en aquellos que me habían deslumbrado. 

En 2007 visité el Norte Argentino por primera vez. Con una amiga tomamos el tren en Retiro y viajamos durante 25 horas para llegar hasta San Miguel de Tucumán. En 10 días recorrimos Tucumán, Salta y Jujuy. Pero fue poco tiempo para tantos tesoros escondidos en esa mágica región del mundo. Ambas quedamos fascinadas con la experiencia y juramos que volveríamos. 

Dos años más tarde pude cumplir el sueño de conocer un poco más el Noroeste Argentino, aunque esta vez mi amiga no me pudo acompañar y viajé por mi cuenta. 

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02 diciembre 2013

Miniturismo en Chascomús

Ubicada a 120 kilómetros hacia el sur de la Ciudad de Buenos Aires por la RN2, Chascomús es un destino ideal para disfrutar en familia o con amigos.

Partiendo desde el microcentro porteño, se puede tomar una combi o un micro de larga distancia en la terminal de ómnibus de Retiro.

Pocos kilómetros antes de llegar, se puede hacer una escala en el tradicional parador de Atalaya y disfrutar un rico desayuno.

Si bien Chascomús es conocida por su laguna que constituye el principal atractivo turístico de la zona, también posee atractivos históricos que vale la pena conocer cuando se visita la ciudad.

La recorrida por los principales sitios históricos se inicia en la Plaza Independencia, ubicada sobre el terreno donde en 1779 Pedro Escribano fundó la localidad de Chascomús. En el centro de la plaza se encuentra una estatua ecuestre de San Martín.

Plaza Independencia
Sobre uno de los lados de la Plaza Independencia se halla el Palacio Municipal. Ocupa el lugar donde originalmente estaba el Cabildo o Recova. El edificio, inaugurado en 1941, fue construido por el arquitecto Francisco Salamone, reconocido por su diseño de obras públicas en varias localidades del interior de la Provincia de Buenos Aires.

Palacio Municipal
Frente a la Municipalidad, se ubica la casa del expresidente argentino Raúl Alfonsín, oriundo de esta ciudad. Se trata de una vivienda de dos plantas y estilo colonial. Actualmente, no está abierta al público por voluntad de la viuda, pero se espera que en algún momento se convierta en museo y pueda ser visitado.

Casa de Alfonsín
Siguiendo el recorrido alrededor de la Plaza, encontramos la Iglesia Catedral Nuestra Señora de la Merced. Inaugurada en 1847, está ubicada en el punto más elevado la ciudad. En 1980, Juan Pablo II creó la Diócesis de Chascomús y la iglesia fue elevada a la categoría de Catedral.

Iglesia Catedral
A pocos metros de la Catedral, está emplazada la Casa de Casco. Esta vivienda de estilo colonial construida en 1831, perteneció a la familia de Vicente Casco y fue la primera casa de dos plantas de la ciudad. Posee la particularidad de tener una escalera rebatible que fue hecha para resguardar a la familia de posibles ataques de los indios. Casco adhirió al levantamiento de los Libres del Sur contra Juan Manuel de Rosas y participó en la Batalla de Chascomús. Al vencer, los festejos se realizaron en su casa. Tiempo después fue juzgado por traición a la patria y luego fusilado. Aquí también vivieron los escritores Mario López Osornio, Baldomero Fernández Moreno y se filmaron escenas de la película “Camila”.

Patio interior de la Casa de Casco
La presencia de una importante comunidad local de origen vasco, se evidencia en el histórico Club de Pelota, donde actualmente concurren numerosos adolescentes y adultos para practicar pelota a paleta.

Entrada al Club de Pelota
Al lado del Club, se encuentra el Teatro Municipal Brazzola, inaugurado en noviembre de 1965, en el sitio donde originalmente estaba emplazado el Círculo de Obreros Católicos. 

A unas cuadras de la Plaza Independencia se encuentra la Capilla de los Negros, testimonio de la inmigración africana en la Argentina. El solar fue donado en 1862 a la Hermandad de los Morenos por la Corporación Municipal para depósito de sus objetos festivos y religiosos. La capilla da cuenta de la importancia de la población de origen africano en la provincia de Buenos Aires. Fue declarada Lugar Histórico Nacional en 1962 y Sitio Histórico Provincial en 1992. La Unesco incluyó a la ciudad de Chascomús en el proyecto internacional de la Ruta del Esclavo que busca profundizar el diálogo sobre la tragedia que la trata de esclavos provocó en todo el mundo. Una misma familia se encarga desde hace varias generaciones del cuidado de este sitio. No es una capilla reconocida por un culto en particular, sino que allí la comunidad ha expresado tradicionalmente sus distintas creencias religiosas. Cultos de origen africano, imágenes católicas, santos populares representan la devoción de sus fieles que dejan ofrendas para pedirles o agradecerles.

Capilla de los Negros
Otro sitio de interés para visitar en la ciudad es el Museo Pampeano. Ubicado en el Parque de los Libres del Sur y rodeado de árboles históricos, el Museo fue fundado en 1939. En sus salas se refleja la historia de Chascomús a través de objetos que pertenecieron a los primeros pobladores y materiales de uso cotidiano en el campo y las estancias. Es interesante observar también las piezas de la época de Rosas con su característico rojo punzó y las leyendas alusivas a la Santa Federación. El recorrido histórico por el Museo llega hasta principios del siglo XX.

Museo Pampeano
Luego de recorrer estos lugares, nada mejor que hacer una pausa para recuperar energías y almorzar en alguno de los restaurantes ubicados en la Costanera, frente a la Laguna. Una buena opción es la Asociación de Pesca y Náutica. Allí ofrecen un menú fijo muy abundante y a precio razonable con postre y bebidas incluidos. El lugar es ideal para grupos o familias y la atención es muy buena.

El resto del tiempo libre se puede dedicar a disfrutar la principal atracción de esta ciudad que es su laguna.

Laguna de Chascomús
La Laguna de Chascomús se encuentra en la cuenca del Ríos Salado y es la de mayor extensión del Sistema de las Encadenadas, con una superficie de 3044 hectáreas. Su profundidad media es de 1,52 m y la máxima es de 2,50 m. En sus aguas abundan dientudos, sábalos, lisas, tarariras y especialmente pejerreyes, que son objeto de protección por parte de las autoridades. En la laguna, por supuesto, se practica la pesca, pero también diversos deportes náuticos como kitesurf, windsurf o remo.

La costanera que rodea a la laguna y el Parque de los Libres del Sur son ideales para caminar, descansar, tomar sol o practicar deportes.

Muelle
Si bien la economía local no depende del turismo, esta actividad ha crecido en los últimos tiempos. Se han instalado nuevos hoteles, sobre todo del tipo boutique, y han aumentado las alternativas de turismo de estancias. Por todo esto, Chascomús constituye una interesante alternativa de miniturismo para tener en cuenta, tanto para pasar el día como para los fines de semana largos.